Los fines de año se caracterizan por un comprensible espíritu festivo y cancelatorio, donde la ilusión de un futuro más amable es desbordado por un entusiasmo que esconde, agazapado, un pensamiento negativo: que se acabe de una vez este año de miércoles.
Es entonces cuando aparece la banda sonora idónea para esa ceremonia: el popurri de porotazos bailables a cargo de una copiosa orquesta profesional.
En la musicología nacional hay tres de estas orquestas que son parte de la historia viva de esta juerga ritual. Es curioso anotar como en todas se da la presencia de una impronta argentina, detectable desde la definición misma del porotazo bailable (1).
Es entonces cuando aparece la banda sonora idónea para esa ceremonia: el popurri de porotazos bailables a cargo de una copiosa orquesta profesional.
EL IMPACTANTE ENRIQUE LYNCH
Enrique Lynch, argentino, fue niño prodigio que a los 17 años ya era pianista de banda. Llegó al Perú a finales de los años 50, y como todo buen argentino cayó parado. Antes que pasaran cinco años ya tenía su propia orquesta de música bailable, en donde cubría – bajo el principio que todo es bailable con la correcta dosis de ritmo y percusión.
Desde su primer elepé Lynch instauró una tradición que sería regla en el gremio: ponerle siempre el mismo nombre a las producciones bailables. La regla se cumplió sistemáticamente desde su disco debut (2):
Impacto (1962)
Otro Impacto (1963)
Más Impacto (1963)
Impacto Criollo (1963)
Gran Impacto (1964)
Fabuloso Impacto (1964)
Turbulento Impacto (1965)
Otro Impacto Criollo (1965)
Sensacional Impacto (1965)
Maravilloso Impacto (1966)
Grandioso Impacto (1966)
Tremendo Impacto (1966)
Fenomenal Impacto (1967)
Explosivo Impacto (1967)
Super Impacto (1968)
Excitante Impacto (1968)
Que tal Impacto (1969)
Mundial Impacto (1969)
Fogoso Impacto (1970)
Sexy Impacto (1971)
No sería exagerado referirse al incuestionable impacto que tuvo Enrique Lynch. Aunque es de anotarse que su impronta, como la de los grandes, tendría una proyección a futuro: en el año 1964, presentándose como Enrique Lynch y su Orquesta Gigante, produjo un elepé con un título donde no figuraba la palabra impacto, sino mas bien otra repetida tres veces que hacía alusión a un ritmo cubano: !Dengue, dengue, dengue! (3)
De ahí proviene el nombre del dúo musical contemporáneo que tras máscaras hace la llamada música futurista.
FREDDY ROLLAND Y SU FIESTA
Antes del reguetón estuvo el mambo. En el año 1951, bajo la promoción ¨Mambee con Pérez Prado hasta morir¨, llegó a Lima el cubano Dámaso Pérez Prado con solo 35 años de edad dispuesto a llevar a Lima bailando hasta el infierno. El cardenal y arzobispo primado de Lima Juan Gualberto Guevara había advertido a los jóvenes que se jugaban la excomunión en un paso de baile. El país pecó y gozó.
Había un músico argentino en la banda de Pérez Prado, su nombre, Angel Bagni Stella, El Flaco. Su saxo sonaba portentoso en el LP Habana, 3 am (4). A Bagni Lima le gustó sobremanera. Decidió quedarse para formar una orquesta bajo su nuevo nombre artístico: Freddy Rolland.
Así como Enrique Lynch se aquerenció bajo la palabra impacto, en el caso de Rolland el sustantivo elegido fue fiesta. Tal fue el título de su primer larga duración, La Fiesta, Freddy Rolland y su Orquesta (1975) (5). En la portada se lucía El Flaco ensalzando a un público entregado a la danza, entre el cual se perfilaba el estilo setentero: patillas pobladas, barbita en perilla, terno de color crema, y corbata ancha que llegaba exactamente a cinco centímetros de un cinturón de hebilla prominente. El look del empleado público vuelto moda. Los años felices de la mesocracia bailable gracias al flaco del saxo.
EL TOQUE ETERNO DE RULLI RENDO
A mediados de los años setenta fue cuando el panameño Toby Muñoz sacudió las pistas de baile continentales con un popurrí vernacular: La Parranda en Panamá. La portada de ese disco, indeleblemente impresa en la memoria gráfica del adolescente hormonalmente alborotado de entonces, marcaba un antes y después de la comunicación gráfica musical: La foto era de un poto. Vestía un short – en esa época llamado hot pant– de color rosa. También salía un codo (6). Entonces nadie se quejaba de eso.
Era 1976 y Julio Edgardo Barrera Larriega tenía un problema. Musicalmente ya no se le conocía por esa identidad. Un par de argentinos, otra vez argentinos, habían inspirado su sobrenombre artístico.
Se trataba de Juan Carlos Rulli y Alberti Rendo, ambos mediocampistas de la selección albiceleste que Perú históricamente dejó fuera del mundial de México 70. Rulli, Rendo, narraban los locutores cuando estos tocaban la pelota entre ellos. El nombre lo pescó en el aire un productor discográfico y con el rebautizó al peruano.
Ruli Rendo estaba comprando un VW Escarabajo y precio había subido de 197 mil a 280 mil soles en virtud del sinceramiento económico del general Francisco Morales Bermúdez, presidente de facto. La plata vino sola: hazte un disco de parranda, para bailar, le dijeron. Barrera, que había sido un exitoso nuevaolero dijo ok, lo hago, pero no le pongan mi nombre. No quería ser vinculado con esa mezcla colombiana, mexicana, chilena… Para mayor complicación el gobierno militar había impuesto el toque de queda desde las 10 pm hasta las 6 am. El disco por compromiso se convirtió en el compañero ideal para la juerga enclaustrada: De Toque a Toque (7).
Ese disco le cambió la vida a Rulli Rendo. Se compró el VW y 50 autos mas. Y lo más importante, hizo feliz a una generación que no renunció a la felicidad, así estuviera reducida a cuatro paredes. Este fin de año apenas estos veteranos vuelvan a escuchar el Toque de Rulli, porque sigue sonando, pondrán a un lado el bastón, se ajustarán el Plenitud y se lanzarán a la pista sin que nadie les quite lo bailado. Como tiene que ser.