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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 23 de octubre del 2020

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 23 de octubre del 2020

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Llueve en Madrid. Voy rumbo al Palacio de Bellas Artes para participar en una charla junto a la escritora Elvira Lindo, quien hace unos meses publicó «A corazón abierto», una novela acerca de sus padres. El tema que nos reúne es «Utopía y distopía en la familia». 

Mientras miro la ciudad a través del vidrio del taxi pienso en que toda dinámica familiar, más allá de coyunturas pacíficas o accidentadas como la actual, se mueve pendularmente entre lo utópico y lo distópico, es decir entre lo deseable y lo indeseable, entre la armonía que no siempre se alcanza y la fatalidad que nunca deja de rondar. En medio de ambas tensiones, las familias solo intentan ser felices como pueden. 

Es curioso: históricamente las guerras convencionales separaban o dividían a las familias; hijos que se marchaban a la guerra, padres perseguidos que huían en busca de refugio; tíos que formaban parte del otro bando; primos desaparecidos de los que no volvía a saberse más. 

Con esta «guerra» contra el Covid, en cambio, las familias se han visto obligadas a estar confinadas, más juntas de lo que tal vez nunca habían estado (y de lo que probablemente necesitaban estar). Sin la libertad individual que hace más llevadera toda convivencia, sin forma de extrañarse o simplemente sin tener nada nuevo que contarse en el paso moroso de los días, este encierro domiciliario ha sido un experimento y cada casa, el laboratorio donde las familias han sido puestas a prueba. Algunas familias se han unido más, otras sencillamente se han desintegrado. Según diversos portales, el número de divorcios ha superado al de casamientos en este 2020. La verdad, no sorprende. 

Durante estos meses leí «Despojos», una magnífica novela/ensayo donde la canadiense Rachel Cusk narra cómo el fin de su matrimonio la enfrentó de súbito al vacío de la casa, al cuidado de dos hijas, al aparentemente sólido discurso feminista que había elaborado y que, de repente, en la soledad de la ruptura, muestra sus grietas más tenaces. La distopía familiar toma por asalto la vida de la narradora, que ahora mira con recelo las relaciones duraderas de sus amigas, y que se impone la urgencia de inaugurar hábitos, rutinas y pasatiempos que suplanten los del extinto matrimonio; o de generar para sí misma nuevos recuerdos que atenúen la presencia de los recuerdos en común con su ex esposo. Entonces la vemos recurrir con ansiedad al psicoanálisis, dar palos de ciego en lo que llama su «casa posfamiliar», y naufragar en el intento de recrear su vieja inocencia perdida, de producir normalidad a su alrededor, aunque sea una normalidad falsificada. 

El taxi se detiene en un semáforo. 

Pienso en la película que vi hace unos días, «Sonata de Otoño», de Ingmar Bergman. Es fantástica, también angustiante, incómoda. Es la historia tirante entre una madre y su hija mayor. La madre es una célebre pianista que viaja por el mundo, mientras la hija lleva una vida de ama de casa al lado de su esposo. Al inicio parecen estar felices de volverse a ver después de muchos años, pero poco a poco se van revelando heridas nunca cicatrizadas. Una noche la hija se emborracha y comienza a reprochar a su madre el daño provocado por su ausencia de años, su egoísmo, sus teatrales esfuerzos por mostrarse, en algún verano del pasado, como una madre preocupada. La madre responde. Se dicen todo lo que traían guardado por décadas. La madre la amonesta por no haberle dicho nunca antes nada de lo que ahora vocifera. Cegada por el alcohol, la hija la avasalla con frases hirientes pero también cargadas de esa sabiduría que surge una vez superados los momentos de desesperación: 

«La gente como tú es mortífera…deberías estar encerrada para ser inofensiva…Una madre y su hija, una combinación terrible de emociones y confusión y destrucción. Todo es posible y se hace en nombre del amor. La hija heredará las heridas de la madre. La hija sufrirá los fracasos de la madres. La infelicidad de la madre será la infelicidad de la hija. Es como si el cordón umbilical nunca se hubiera cortado. Mamá, ¿es así? ¿Es la infelicidad de la hija el triunfo de la madre? Mamá, ¿es mi dolor tu placer secreto?» 

Es ahí cuando llego al Círculo de Bellas Artes para la charla con Elvira Lindo, ingreso al auditorio, saludo a los presentes, tomo obedientemente mi lugar y espero la señal para empezar a conversar. 

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