Elizabeth Bishop aprendió a perder desde muy pequeña. Nacida en Massachusetts, en 1911, perdió a su padre al cumplir un año y a su madre, simbólicamente, a los 5, cuando ingresó a un manicomio y no la volvió a ver nunca más. Pasó su infancia bajo la tutela de sus abuelos y una tía, hasta que fue lo suficientemente grande -12 años- para enfrentarse a una vida en solitario. Entonces quería ser doctora o compositora, pero todavía -aunque empezó a perfilar sus primeros poemas a los 8 años- no intuía que se convertiría en la poeta que ganó el Premio Pulitzer en 1956. La autora solo escribió 101 poemas y algunos relatos en toda su vida, una obra breve para una poeta enorme que, entre otras cosas, nos enseñó el arte de perder:
No es difícil dominar el arte de perder: tantas cosas parecen llenas del propósito de ser perdidas, que su pérdida no es ningún desastre. Perder alguna cosa cada día. Aceptar aturdirse por la pérdida de las llaves de la puerta, de la hora malgastada. No es difícil dominar el arte de perder.
“Siempre fui una especie de invitada, y creo que siempre me he sentido así”, dijo en una entrevista a The Paris Review, en 1981, cuando tenía 70 años y había viajado incansablemente por el mundo (finalmente, nunca había tenido un hogar). Esta naturaleza errante la llevó a fijar durante un tiempo su residencia en París, luego en Florida y, posteriormente, en Brasil, donde tenía pensado permanecer un día y se quedó 20 años. Aquí conoció a la arquitecta María Carlota Costallat de Macedo Soares, mejor conocida como Lota, con quien compartiría una vida, un amor y una casa en Petrópolis. La película Reaching for the Moon, dirigida por Bruno Barreto y protagonizada por Gloria Pires en el papel de Lota, presenta a Elizabeth como una figura vulnerable en constante lucha con el alcohol, la búsqueda creativa y una infancia llena de carencias afectivas.
Después practica perder más lejos y más rápido: los lugares, y los nombres, y dónde pretendías viajar. Nada de todo esto te traerá desastre alguno. He perdido el reloj de mi madre. Y, ¡mira!, voy por la última —quizás por la penúltima— de tres casas amadas. No es difícil dominar el arte de perder.
Con solo cuatro libros (North and South, A cold spring, Questions of Travel, Geography III ) y recopilaciones de sus obras, Elizabeth Bishop, habitual colaboradora de The New Yorker, recibió, además del Pulitzer, premios tan importantes como el National Book Award y el National Book Critics Circle Award. Fue profesora en Harvard y en la universidad de Nueva York, entre otras, labor que siempre le costó un trabajo doble debido a su marcada timidez y fragilidad emocional.
He perdido dos ciudades, las dos preciosas. Y, más vastos, poseí algunos reinos, dos ríos, un continente. Los echo de menos, pero no fue ningún desastre.
“Cuando escriban mi epitafio deberán decir que fui la persona más solitaria que jamás haya vivido”, le dijo Elizabeth al también poeta y amigo Robert Lowell. Desde su muerte en 1979, a causa de un derrame cerebral, su reputación creció al punto de ser considerada una de las más grandes poetas norteamericanas del siglo XX. La autora que observó el mundo con singular brillo y lucidez nos dejó grandes poemas como “Un milagro en el desayuno” o ”Primera muerte en Nova Scotia”. Pero, sobre todo, una enseñanza inmortal acerca de la pérdida como una experiencia universal.
Incluso habiéndote perdido a ti (tu voz bromeando, un gesto que amo) no habré mentido. Por supuesto, no es difícil dominar el arte de perder, por más que a veces pueda parecernos (¡escríbelo!) un desastre.
Elizabeth Bishop (1911-1979)