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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 17 de febrero del 2020

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 17 de febrero del 2020

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Como muchos intelectuales comprometidos de su tiempo, Ricardo Palma fue un hombre de acción. Participó activamente de las refriegas políticas, en una época caracterizada por revueltas, golpes de estado y toda clase de enfrentamientos. Ese ímpetu lo llevó a vivir episodios francamente novelescos por riesgosos y dramáticos. 

Le tocó, por ejemplo, participar del Combate del 2 de mayo de 1866, donde las fuerzas del puerto del Callao resistieron con éxito el ataque de la armada española. 

Palma era leal asistente del prócer liberal José Gálvez, ministro de guerra del gobierno de Mariano Ignacio Prado. El día 2, en pleno enfrentamiento bélico, ambos se encontraban en la Torre de la Merced, centro de operaciones del ministro Gálvez. Esa mañana, durante el fuego cruzado, la fragata española Alamansa dirigió hacia la torre una de sus bombas logrando que penetrara por una puerta y cayera en un depósito de pólvora. La explosión derribó toda la construcción, matando instantáneamente a Gálvez y a los demás oficiales allí acuartelados. 

Ricardo Palma se salvó por un pelo. Tan solo quince minutos antes había recibido órdenes de ir al local del telégrafo para transmitir a Lima las incidencias de lo que venía sucediendo. Justo cuando ingresaba a las dependencias del telégrafo sintió la sacudida y el espantoso estallido de la bomba. Al darse vuelta, vio cómo se desmoronaba la torre donde apenas unos instantes atrás había estado al lado de su amigo José Gálvez. 

Pero años atrás Palma ya había visto la muerte pasar muy de cerca. Fue exactamente el 1 de marzo de 1855. Con veinte años, Palma dejó los estudios para asimilarse a la Marina como oficial tercero del cuerpo político de la Armada. Sus trabajos allí eran básicamente administrativos.  

En enero de 1855 se incorporó a la tripulación del entonces moderno buque ‘Rímac’. Su cargo: guardiamarina contador. En esa misma nave, donde según Palma viajaban unas cuatrocientas personas (aunque hay historiadores que señalan que no eran menos de ochocientos), se encontraba también un jovencísimo Ramón Ribeyro, bisabuelo de Julio Ramón Ribeyro. 

Ricardo Palma se salvó por un pelo. Tan solo quince minutos antes había recibido órdenes de ir al local del telégrafo para transmitir a Lima las incidencias de lo que venía sucediendo.

El ‘Rímac’ era el primer buque a vapor de América Latina. Había resultado tan novedoso por su sistema de propulsión que, cuando arribó al puerto de Paita en su recorrido inaugural, los pobladores, al ver la enorme columna de vapor saliendo de la chimenea, se alarmaron creyendo que se incendiaba. 

El 1 de marzo de aquel año, a la altura de la Punta de San Juan (hoy Marcona), en la playa Los Leones, en medio de una borrasca, el ‘Rímac’ colisionó contra una formación rocosa conocida como El Elefante. La noticia de la odisea dio la vuelta al mundo. 

Al producirse el impacto contra una rompiente, el barco se partió en dos y los pasajeros —Palma, entre ellos— se arrojaron desesperados al mar dando alaridos de auxilio y nadando, los que sabían nadar, en direcciones opuestas. De los cuatrocientos desafortunados que se habían embarcado solo sesenta alcanzaron la orilla, exangües, vomitando algas y espuma. Los otros perecieron tras golpearse contra arrecifes filudos, o víctimas de calambres e hipotermia tras bracear muchas horas, luchando contra el oleaje, dando manotazos rumbo a la nada. Una vez varados en tierra —después de fatigarse dos días entre médanos y planicies en búsqueda de algún signo tangible de civilización—, el hambre, el cansancio y la sed acabaron con la vida de cerca de cuarenta hombres. Al final, nada más diecinueve sobrevivieron a la catástrofe. «Cuando llegamos al primer pueblo teníamos el semblante de los espectros», dejó escrito Palma en sus memorias.  

Hoy el ‘Rímac’ es algo así como nuestro Titanic. Sus vestigios hundidos aún pueden verse en el fondo de las aguas de San Juan de Marcona, a cincuenta kilómetros de Nazca. De hecho, hay buzos guías que invitan a los visitantes a sumergirse para observar los restos de esa nave donde alguna vez casi perece el más importante tradicionalista del Perú.  

 

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