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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 18 de noviembre del 2022

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 18 de noviembre del 2022

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Le decían ‘Gazza’ y era el menos inglés de los jugadores ingleses. Gambetero, regordete y correoso, Paul Gascoigne huía del clásico molde británico que mandaba ser obediente y certero antes que espectacular. Al volante rubio (teñido) de la camiseta 19 no le faltaba gol, menos panorama, pero le sobraba irreverencia. También indisciplina, debilidad que lo acompañaría durante su mejor etapa –en el Newcastle, el Tottenham– hasta el final de una carrera que acabó siendo solo normal pese a tener todo para ser brillante. 

Mi generación recuerda a Gascoigne, particularmente, por su papel en el Mundial de Italia 90, donde fue titular en todos los partidos de la selección que Bobby Robson llevó hasta las semifinales. Evidentemente, el mérito no fue solo de Robson: aquel equipo tenía una estructura muy sólida con hombres ya notables como Shilton, Butcher, Wright o Gary Lineker. En la semifinal contra Alemania (a la postre campeón del torneo), Gascoigne acumuló su segunda tarjeta amarilla y, sabiéndose fuera del mundial, rompió a llorar, ofreciéndole a la tribuna y al mundo la imagen inolvidable de un genio rudo pero sensible. Fue incluido justificadamente en el equipo ideal de la Copa y a muchos nos quedó la sensación de que, si Inglaterra sorteaba la definición por penales frente a los alemanes, difícilmente hubiese perdido la final.  

Seis años después, otra vez Alemania dejó fuera del camino a Inglaterra, esta vez en la semifinal de la Eurocopa. Gascoigne no brilló tanto en ese torneo, pero convirtió frente a Escocia el mejor gol: le sombreó la pelota a su marcador y, sin dejar que toque el suelo, la mandó a un ángulo. Brutal. 

Gascoigne no brilló tanto en ese torneo, pero convirtió frente a Escocia el mejor gol: le sombreó la pelota a su marcador y, sin dejar que toque el suelo, la mandó a un ángulo. Brutal. 

En aquel momento no había razones para pensar que el futuro sería tan ruin con Gascoigne. En realidad, sí que las había. Ya para entonces ‘Gazza’ era dueño de un caudaloso historial de incidentes al margen de la ley que, en lugar de cortarse de raíz, siguió incrementándose. Pese a contar con los mejores contratos del momento en sus clubes y el cariño fervoroso de los hinchas, el inglés no dejaba de beber, de drogarse ni de meterse en problemas: si no eran agresiones salvajes a rivales en la cancha, incidentes en bares, accidentes automovilísticos o caídas de diversas escaleras, eran episodios de violencia doméstica o riñas callejeras con cualquiera que lo hiciera enojar. El Daily Star reportó en 2006 una pelea entre el futbolista y Liam Gallagher, cantante de Oasis, en un club de Londres, y dos años después se hablaba en los medios de un “segundo intento de suicidio”. En 2010, tras otro accidente de tránsito, estuvo clínicamente muerto cerca de un minuto.    

Difícil precisar el origen del gen autodestructivo de Gascoigne. Quizá fueron los años duros de la infancia en su barrio de clase baja de Gateshead, ciudad al norte de Inglaterra. Con su padre tuvo problemas, pero años más tarde, cuando Paul ya se había retirado y sus andanzas etílicas contaban con gran publicidad. Un día Gascoigne quiso disuadir en la vía pública a un asesino que estaba acorralado y negociaba su libertad con la policía. El ex jugador estaba, desde luego, en un avanzadísimo estado de ebriedad. Luego declaró que quería llevar a pescar al maleante e invitarle pollo y cervezas. “Soy el mejor terapeuta del mundo”, les aseguró a los periodistas. Tras ese escándalo, el padre intentó ingresarlo a una clínica psiquiátrica. Gascoigne nunca se lo perdonó. Cuando en 2018 el padre murió de cáncer, el segundo de sus cuatro hijos, el más famoso del clan, se vengó de él emprendiéndola a golpes contra su cadáver. El propio ex jugador lo confesó en febrero del año pasado, en un podcast de The Sun. “Estábamos él y yo solos en la cama del hospital cuando murió, yo salté en la capa y le pegué”. 

Aunque en el último tiempo lleva una vida menos tóxica gracias a terapias que le salvaron la vida, Gascoigne –en su día una saeta imparable para los defensas– sigue luciendo como un anciano de ochenta años pese a tener solo cincuentaicinco. En las fotos actuales es imposible hallar un solo rastro del joven que dejó pasmados a los hinchas en Italia 90. Hace poco contó orgulloso que ya no bebía con la frecuencia de antes, aunque reconoció que siempre será “un alcohólico”. Eso sí, aclaró, “no he dañado a nadie, salvo a mí mismo”. No todos los héroes caídos son conscientes de haber propiciado su desgracia. Gascoigne sí. No se hace la víctima, sabe que tocó fondo y supo pedir ayuda. Ha sobrevivido a sí mismo. Sus viejos admiradores se lo agradecemos.  

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