Con veintisiete años, delante del pelotón que va a fusilarlo junto a otras veinte personas acusadas de sedición contra el zar Nicolás I, reunidos todos en un punto de la plaza Semionov en San Petersburgo, en medio de un silencio solamente quebrado por el ruido de los cascos de los caballos y los murmullos de unos curiosos, Fiódor Dostoievski, lleno de miedo, solo piensa en su hermano Mijaíl. Son las siete de la mañana del 22 de diciembre de 1849. Cinco meses atrás fue encarcelado junto a un centenar de intelectuales del Círculo Petrashevski por reunirse a leer y divulgar libros prohibidos por el imperio; y hace solo unos días, luego de ser trasladados a la fortaleza de San Pedro y San Pablo, han sido condenados a muerte. Ahora ha llegado el momento final. Un segundo antes de que un soldado coloque una venda a sus ojos, Dostoievski alcanza a ver el carruaje que traslada los ataúdes donde van a enterrarlos. La orden es separar a los sentenciados en grupos de tres en tres, atarlos a un poste y dispararles. El escritor se encuentra ubicado en el segundo grupo. Calcula que morirá dentro de diez minutos. De pronto, inesperadamente, todo cambia. En medio de la plaza hace su aparición un jinete enviado por el zar anunciando el indulto para los prisioneros. Los sentenciados se quitan las vendas y se abrazan. Pero no todas son buenas noticias. Si bien se salvan de morir, son enviados a la cárcel de Siberia por cinco años para realizar trabajos forzados.
Tanto aquella condena a muerte como el posterior encarcelamiento fueron vivencias determinantes en la vida de quien fue uno de los más importantes escritores del siglo diecinueve. Su obra y su psicología se vieron profundamente influenciadas por esos hechos. Y eso que para entonces no era poco lo que Dostoievski había soportado. A los dieciséis había perdido a su madre, la cariñosa María Fiódorovna Necháieva, víctima de tuberculosis. Además de la frente ancha y los párpados caídos, ella le heredó la inquietud por los libros, la cultura en general y el orgullo. Solo dos años más tarde, muere su padre. La causa oficial es apoplejía, pero se ha difundido extensamente la versión de que fue asesinado a manos de sus siervos, quienes se habrían vengado por los tratos crueles del señor Dostoievski. Hombre irascible, alcohólico, depresivo, violento, quería que su hijo estudiara ingeniería. Pese a lo complicada de su relación, la desaparición abrupta de su padre lo conmociona provocándole una enfermedad nerviosa cuyos síntomas eran ataques de epilepsia que lo acompañarían de por vida. Durante esas crisis sufría alucinaciones auditivas y creía percibir sensaciones inexistentes en la realidad.
No fue el único mal que padeció. Después de sus años en la cárcel, donde convivio con cincuenta reclusos, entre asesinos y ladrones, en una habitación maloliente, siendo testigo de abusos y escenas brutales que más tarde aparecerían en sus novelas, se volvió adicto al juego. Ocurrió en 1863, durante un viaje que hizo por Europa buscando la forma de empezar de nuevo. Tenía muchas deudas, una esposa enferma en San Petersburgo y una carrera literaria que, tras el éxito fugaz de su primera novela (“Pobres gentes”), se había truncado. En Alemania, con el descubrimiento de la ruleta en el casino del balneario de Wiesbaden y tras ganar diez mil francos con unas pocas monedas, comenzó su ludopatía. Esa trayectoria errática, llena de ganancias y pérdidas millonarias, aderezada por la convicción de poder cambiar su suerte de un instante al otro, y por el absurdo convencimiento de predecir el futuro, quedaría plasmada en su notable novela “El jugador”.
Esa trayectoria errática, llena de ganancias y pérdidas millonarias, aderezada por la convicción de poder cambiar su suerte de un instante al otro, y por el absurdo convencimiento de predecir el futuro, quedaría plasmada en su notable novela “El jugador”.
Dostoievski hacía eso, volcaba en la literatura sus propias tragedias. El escritor argentino Blas Matamoro lo define así: “Es uno de los supremos ejemplos del señorío ejercido por la obra sobre la vida hasta volverla estricta biografía”. La rabia que su padre llegó a despertarle está reflejada en “Los hermanos Karamázov”, donde se nos cuenta la evolución de cuatro hermanos que, en su afán por encontrar al asesino de su padre, o tal vez porque se sienten todos un poco culpables de ese crimen, sospechan de sí mismos, urden intrigas, se atacan con saña. Hay un personaje de “El idiota” que sufre epilepsia, mientras en el cuento “Bobok”, el protagonista, el literato Iván Ivanovich, padece, igual que Dostoievski, alucinaciones que lo llevan a oír a los muertos de un cementerio. Y todos sus dilemas económicos y tensiones con los acreedores (aunque también su antigua obsesión con temas como la culpa y la redención) están literalizados en “Crimen y castigo”, que fue publicada por un diario en doce entregas y solo después apareció como novela. Ahí el joven Rodión Raskólnikov suspende sus estudios por hallarse sin medios para financiarlos y recurre a una anciana prestamista a la que luego, acosado por las deudas, decide asesinar.
Dostoievski conoce a su segunda esposa durante la escritura de “El jugador”. Ella lo salva del apremio en que se encontraba, pues estaba cerca de vencerse el plazo acordado con su editor para entregar el manuscrito. Ante la amenaza de una fuerte multa que lo llevaría a la ruina, decide contratar a una taquígrafa para que lo ayude con la escritura y organización del material avanzado. Se llamaba Anna Dostoyevskaya y le propuso matrimonio poco después de terminar el trabajo.
Fue, sin duda, su amor más dichoso. A su primera esposa, María Isáeva, lo unió un sufrimiento tenaz, desde que la conoció estando casada hasta que la vio morir tras una larga agonía. No por nada se inspiró en ella para componer a la contradictoria Natasha, personaje de “Humillado y ofendidos”, tan insoportable como solidaria. Antes de que muriera María, Dostoievski se había enamorado de la escritora Polina Suslova, una mujer mucho menor que él (ella tenía 22, él 42) que le hizo conocer a la vez la pasión pero sobre todo la amargura con sus muchas infidelidades. En “Crimen y Castigo” hay un personaje que podría estar basado en ella, la exigente Dunia. También la Liza de “Los demonios” podría ser un alter ego de Polina.
No por nada se inspiró en ella para componer a la contradictoria Natasha, personaje de “Humillado y ofendidos”, tan insoportable como solidaria.
Anna Dostoyevskaya fue quien mejor comprendió al ser oscuro que habitaba en su esposo, un ser que, como sus propios personajes, era un antihéroe que no encajaba o no quería encajar en la sociedad y entraba en guerra consigo mismos colocándose al límite del caos y la miseria para explorar su alma. Aunque no pudo nunca curarlo de su adicción al juego, Anna lo ayudó a organizar su economía, editó sus obras y puso en marcha una familia que llegaría a tener cuatro hijos.
A 200 años de su nacimiento, Dostoievski sigue leyéndose con devoción. Sus novelas están cargadas de una humanidad tan desbordante que muchos se cuestionan cómo pudo escribirlas ese hombre que, según se desprende de propio diario, era intolerante, odioso, de una religiosidad categórica y un antisemitismo radical.
Murió sin cumplir 60 años, a los dos meses de escribir las 800 páginas de “Los Hermanos Karamázov”, novela que es también una crónica de la crisis moral que atravesaba Rusia antes de la revolución rusa. El 28 de enero de 1871, tras pasar varios días sufriendo hemorragias internas producto de sus ataques epilépticos, se despertó con la cereza de que ese era su último día de vida. Ahora sabemos que era también el primer día de su leyenda.