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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 19 de noviembre del 2021

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 19 de noviembre del 2021

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Ahora que la adaptación cinematográfica de “Un mundo para Julius” (dirigida por Rossana Díaz Costa) viene cosechando tan buenos comentarios, es seguro que la novela, la más emblemática de las escritas por Alfredo Bryce Echenique, ganará nuevos lectores en las próximas semanas y meses. Envidio en esos futuros lectores la experiencia irrepetible de descubrir al Julius original, de asomarse a la casa enorme de la Avenida Salaverry, donde el chico aprende a decepcionarse de su familia y descubre el afecto de la mano de la servidumbre; de seguirlo en los patios del colegio Inmaculado Corazón y los jardines del Country Club, su centro de vacaciones, donde constata la incurable frivolidad de su entorno.  

En las dos novelas que Bryce publicó a continuación: “Tantas veces Pedro” (1977) y “La vida exagerada de Martín Romaña” (1981) encontramos personajes que bien podrían considerarse versiones adultas de Julius: el solitario y arrebatado Pedro Balbuena y el soñador Martín Romaña. Este último es quien mejor encarna el temperamento curioso y melancólico del entrañable Julius. Con poco más de veinte años, Romaña deja el Perú, se muda a París inspirado por Hemingway, deseoso de convertirse en escritor, de respirar el vivificante aire intelectual europeo, pero muy pronto, tras una serie de hechos rocambolescos que lo acercan a la pobreza y la soledad, acaba desencantándose de todo, su novia, sus compañeros militantes del Partido Comunista, incluso de esa ‘Ciudad Luz’ “a la que se le han quemado los plomos”. A la vez se reconcilia a regañadientes consigo mismo al descubrir, o más bien confirmar, su condición de limeño privilegiado que, al migrar, ha perdido sus privilegios.           

A la vez se reconcilia a regañadientes consigo mismo al descubrir, o más bien confirmar, su condición de limeño privilegiado que, al migrar, ha perdido sus privilegios.           

Eso que podría sonar deprimente es narrado con una oralidad meticulosa y tal dosis de ingenio que, lejos de provocar compasión hacia el personaje, uno se identifica, empatiza con él. Desde el título, además, entendemos que lo “exagerado” del libro atañe al fondo y la forma, es decir a las vivencias de Romaña tanto como al relato que de ellas se nos ofrece. Pienso, por ejemplo, en la escena en que Martín pierde su biblioteca entera en el puerto de Dunquerque, al hundirse el baúl que contenía sus libros. 

“Pesaba horrores, el condenado, y no sabía por dónde agarrarlo porque era muy alto y cuadrado y tenía un asa que yo siempre encontré un poco frágil, arriba, en medio de la tapa. De ahí lo enganchó la grúa del barco, en Dunquerque, segundos antes del fatídico ploff. Fue atroz. Se hundió con toda mi biblioteca adentro. Se hundió con muchas cosas más adentro (…) Yo me quedé contemplando tristemente las aguas que se habían tragado mis cinco años de estudios con Merceditas”. 

O en este pasaje, donde el narrador refiere la timidez con que se aproxima a Inés, la mujer de la que se enamora: 

“Pero yo, las huevas, no me quería acercar. Lo que quería era que me diera una rabieta o algo así, y no cesaba de repetirme que era un tipo cualquiera porque a esa chica que avanza feliz ahí no soy capaz de llevarla más que a un café cualquiera, por qué no me educaron en un colegio cualquiera, carajo. Claro, el pelotudo de Hemingway se lo trae a uno de las narices a París con frasecitas tipo éramos tan pobres y tan felices, gringo cojudo, cómo no se te ocurre poner una nota a pie de página destinada a los latinoamericanos, a los peruanos en todo caso, una cosa es ser pobre en París con dólares y otra cosa es serlo con soles peruanos, es casi como la diferencia esa que dicen que hay entre un desnudo griego y un peruano calato, qué pobres ni qué felices ni qué ocho cuartos, mira a esa muchacha que avanza ahí hacia un café cualquiera, ella está feliz, sí, eso es cierto, ella está feliz pero yo sólo estoy pobre”.

Lo que quería era que me diera una rabieta o algo así, y no cesaba de repetirme que era un tipo cualquiera porque a esa chica que avanza feliz ahí no soy capaz de llevarla más que a un café cualquiera, por qué no me educaron en un colegio cualquiera, carajo.

A través de los ojos de Martín Romaña, pero basándose en su propia experiencia europea, Bryce describe la realidad precaria de los inmigrantes latinos que llegaban al Viejo Continente en los años sesenta, y nos habla de los sinsabores de la revolución de Mayo del 68, de los sueños de esa generación, de cómo el mundo cambió, de su admiración por Vallejo, su encuentro con personajes entre geniales, huachafos, patéticos, todos inolvidables, y del Perú que quienes viven en el extranjero no pueden o no quieren o no saben cómo dejar atrás. 

Que este cuarenta aniversario sea excusa para leer o releer “La vida exagerada…”. Para muchos, me incluyo, se trata de la mejor novela de Bryce. Sin exagerar. 

 

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