San Francisco —o ‘Frisco’, como la llamaba Jack Kerouac— es la ciudad que mejor homenajea a esa jauría transgresora y romántica que formaron los poetas ‘beat’ de la posguerra.
Hace algunos años viajé allí con unos amigos. Una de las primeras cosas que hicimos fue incursionar en el barrio italiano de North Beach, más precisamente en el número 261 de Columbus Avenue, donde llegamos a conocer la mítica librería «City Lights», fundada hacia 1953 por el editor, poeta, pintor, activista Lawrence Ferlinghetti, «el último de los ‘beat’», quien esta semana ha muerto a los 101 años.
Más que una librería, «City Lights» –bautizada así en homenaje a la hermosa película de Chaplin– fue plataforma, escaparate y cuartel general de los jóvenes Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs, Neal Cassady, Gregory Corso, Diane di Prima y muchos otros que se reunían allí a leer sus poemas, fumar hierba, consumir peyote, beber garrafas de Borgoña, escuchar jazz y rebelarse contra el establishment.
Más que una librería, «City Lights» –bautizada así en homenaje a la hermosa película de Chaplin
Ferlinghetti no solo los albergó y alentó a manifestarse, sino que creó la editorial que publicaría los primeros libros de cada uno de esos muchachos rabiosos que, asqueados de la mentira del ‘sueño americano’, declaraban una libertad innegociable que más tarde propiciaría, entre otras, la revolución hippie.
Con ellos Ferlinghetti de alguna forma sustituyó la familia biológica que no había tenido, pues su padre murió antes de que él naciera y la madre, tras el parto, fue ingresada a un manicomio, quedándose el pequeño Lawrence bajo la custodia de una tía, que tan solo lo educó hasta los ocho años.
Mucho antes de convertirse en el librero al que se le atribuye la visibilidad del movimiento ‘beat’ («fue el hombre sin el cual esa generación quizá no hubiera encontrado su voz», dijo un crítico en Los Ángeles Times), Ferlinghetti vivió otra vida. Y lo hizo en las antípodas de la poesía, es decir, en la guerra. Con veinticinco años, fue capitán de la marina norteamericana y estuvo al mando de un batallón de cazasubmarinos durante el desembarco de Normandía (curioso: J.D. Salinger también participó del ‘Día D’). No fue su única experiencia militar. También le tocó recorrer Nagasaki pocas semanas después de que la bomba atómica devastara esa ciudad. «Aquello me convirtió en un pacifista inmediatamente, era la obra de un monstruo, y ese monstruo era Estados Unidos», le dijo en 2016 a Xavi Ayén de La Vanguardia de España.
Mucho antes de convertirse en el librero al que se le atribuye la visibilidad del movimiento ‘beat’ («fue el hombre sin el cual esa generación quizá no hubiera encontrado su voz», dijo un crítico en Los Ángeles Times), Ferlinghetti vivió otra vida.
Al desvincularse de la Marina invirtió su pensión en completar la educación que había iniciado una década atrás en la facultad de periodismo de la Universidad de Carolina del Norte. Se graduó en Columbia y luego viajó a Francia a seguir un doctorado en la Sorbona. Ese viaje fue crucial, pues en París, influenciado por George Whitman, dueño de la librería «Shakespeare & Company», y por los célebres ‘bouquinistes’ vendedores de libros antiguos en los bordes del río Sena, decidió montar su propia librería.
Una vez creado el sello editorial City Lights Books y la colección Pocket Poets, el primer libro publicado por Ferlinghetti fue uno suyo, «Pictures of the Gone World». Era 1955. Dos años antes William Burroughs había publicado por su cuenta la novela «Yonqui». Sin embargo, fue recién en 1956, con la publicación de «Howl and other poems» de Ginsberg, que la ‘Generación Beat’ recibió su auténtica partida de nacimiento. Todos recordamos los primeros versos de «Howl»:
«He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la locura, famélicos, histéricos, desnudos, arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en busca de un colérico pinchazo».
La publicación vino acompañada del escándalo. Tanto Ferlinghetti como ‘Shig’ Murao, el dependiente de la librería, fueron detenidos y encarcelados en el Palacio de Justicia, acusados de imprimir «escritos indecentes de forma voluntaria y libidinosa».
El juicio duró todo un verano y fue la mejor publicidad posible para el libro y para el propio Ferlinghetti, que salió absuelto y con fama. Puestos en el mapa literario gracias a esa controversia, los ‘Beat’ captaron la atención del público y sus libros pasaron a circular cada vez más. Para cuando en 1957 se lanzó «On the Road», de Kerouac, ya eran un movimiento consolidado.
El juicio duró todo un verano y fue la mejor publicidad posible para el libro y para el propio Ferlinghetti, que salió absuelto y con fama.
En 1960, Ferlinghetti, su esposa (Selden Kirby-Smith) y Ginsberg viajaron a Chile invitados por la Universidad de Concepción. Fue la primera ‘gira’ de los ‘Beat’.
El escritor peruano Pedro Casusol cuenta en el blog «Vallejo & Co.» que, antes de regresar a San Francisco, Ferlinghetti y Selden pasaron por Lima, donde los recibió y atendió Sebastián Salazar Bondy, quien había participado del encuentro en Concepción.
Como buen anfitrión, el autor de «Lima, la Horrible» organizó un recital en el Instituto de Arte Contemporáneo del jirón Ocoña, al lado del hotel Bolívar, donde Ferlinghetti leyó poemas del que hasta hoy es su libro más emblemático: «A Coney Island for the Mind». El crítico José Miguel Oviedo hizo las veces de traductor.
«Pocos contactos literarios han sido más provechosos para este cronista que el conocimiento personal (…) de dos jóvenes poetas norteamericanos: Lawrence Ferlinghetti y Allen», escribió Salazar Bondy en su columna de El Comercio. Meses después Ginsberg se presentaría en Lima gracias a coordinaciones hechas por el peruano.
Aunque también escribía poesía, Ferlinghetti nunca se consideró uno más del movimiento. «En todo caso, fui el último de los bohemios más que el primero de los Beats», dijo en The Guardian en 2006.
Su triunfo consistió en hacer triunfar a esa turba de escritores que orbitaron a su alrededor por esos años. Ese es su legado simbólico. Su herencia material, en cambio, es el City Lights de San Francisco, paso obligado para todo peregrino literario, un lugar donde, según su fundador, «las calles del mundo se encuentran con las avenidas de la mente».