La búsqueda del padre es una de las cruzadas universales más simbólicas. Todos buscan a su padre. A veces guiados por una peculiar necesidad de saber quién fue ese hombre en el pasado; otras porque ese viaje implica para el hijo descubrirse a sí mismo. Suele ser el padre, no tanto la madre, con quien el hijo rompe relaciones. El padre, en tanto encarna el poder, es pasible de convertirse en el primer adversario, el primer castigador.
Nuestra educación judeo-cristiana, que connota a Dios como ser masculino, es generosa en relatos de hijos desobedientes que perdieron el favor del Padre, el Creador, y pasaron el resto de su vida intentando ganarse su perdón. Ahí están algunos de los personajes más memorables del Antiguo Testamento: Adán, Eva, Caín, Noé, Job.
La literatura, por su parte, está plagada de narraciones de ese estilo. En «Pedro Páramo», el joven Juan Preciado llega hasta el miserable pueblo de Comala siguiendo las huellas de su padre, cuyos hijos, muertos o vivos, están regados por todo ese territorio desértico.
También el príncipe Hamlet busca oír la voz de su padre, convertido en fantasma tras ser asesinado por su hermano. El espíritu del Rey se le aparece solamente al príncipe para darle instrucciones de cómo vengarlo.
Pensemos ahora en el Pinocho inventado por Carlo Collodi: el títere acude al rescate de su padre, el viejo Gepetto, atrapado en las fauces de una ballena, y luego de salvarlo se transforma en un niño de carne y hueso.
Pensemos ahora en el Pinocho inventado por Carlo Collodi: el títere acude al rescate de su padre, el viejo Gepetto, atrapado en las fauces de una ballena, y luego de salvarlo se transforma en un niño de carne y hueso.
¿No pasa lo mismo con Luke Skywalker y Darth Vader? ¿Qué cosa es la Guerra de las Galaxias sino una cinematográfica metáfora de la urgencia por encontrar al padre, aún cuando este sea el emblema mismo del terror?
¿En Volver al Futuro, el reencuentro de Marty McFly con la versión joven de su padre no está acaso lleno de reminiscencias de Edipo Rey, donde el hijo, Edipo, se cruza con su padre, Layo, tal y como el oráculo había vaticinado?
En la más reciente novela de Santiago Roncagliolo, «Y líbranos del mal» (Planeta, 2021), conocemos a Jimmy, un joven que deja sus planes de estudiar en Estados Unidos, donde vive con sus padres, para trasladarse a Lima a cuidar de su abuela paterna. Al cambiar de mundo empiezan los problemas. Poco a poco surgen revelaciones acerca del pasado de su padre, ese hombre hermético al que nunca oyó referirse con mucho detalle a los años de su infancia y juventud en Perú. Día tras día, al inicio sin mucha convicción, Jimmy empieza a toparse con pistas y a atar cabos. Entonces descubre que su padre no era quien decía ser, sino un sujeto marcado por heridas y sombras de lo más insospechadas.
¿En Volver al Futuro, el reencuentro de Marty McFly con la versión joven de su padre no está acaso lleno de reminiscencias de Edipo Rey, donde el hijo, Edipo, se cruza con su padre, Layo, tal y como el oráculo había vaticinado?
Y los recién publicados cuentos de «Geografía de la oscuridad» (Páginas de Espuma, 2021), Katy Adaui vuelve a diseccionar las tensiones familiares, especialmente las de hijos y padres. Y lo hace con lirismo, pero sin contemplaciones. Y entonces vemos desfilar padres fracasados, padres arrogantes, padres rencorosos, padres humanos, a veces en guerra declarada contra sus vástagos, y otras en armonía, aunque muchas veces esa armonía llega con la enfermedad y la muerte, como sucede en el cuento final, «Nosotros los náufragos», uno de los mejores del conjunto.
Envejecer es transformarse en el padre que uno tiene o tuvo. Y escribir sobre ese padre es abismarse a un cráter insondable, y no volver. Es excavar, dinamitar, saquear, fracasar. Un trabajo arqueológico que solo triunfa si queda por escrito y llega a las manos de otros convertido en relato.
Celebremos, pues, a nuestros padres, aunque no sepamos casi nada de ellos.
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