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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 19 de junio del 2020

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 19 de junio del 2020

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Solo en una ocasión Borges visitó un estadio. Fue el Monumental de River. Y lo hizo al lado del escritor uruguayo Enrique Amorim, esposo de una prima suya. Ambos detestaban el fútbol, pero hicieron un esfuerzo conjunto por tratar de comprender su gran popularidad, eligiendo para eso un partido que enfrentaba a sus propias selecciones. Una vez que empezó el Argentina-Uruguay, Borges y Amorim se dedicaron a conversar, quizá de literatura. Llegaron los goles, uno por cada lado, y, en un temerario gesto de refinamiento, inapropiado en el fragor de la tribuna, cada escritor celebró el gol del equipo contrario. Apenas terminó el primer tiempo, pensando que el partido ya había concluido, se levantaron y se marcharon. 

El resto de la anécdota lo contó Borges en una entrevista: 

«Cuando estábamos saliendo alguien me dijo que no había terminado todo el partido, sino el primer tiempo, pero nosotros igual nos fuimos. Ya en la calle yo le dije a Amorim: ‘Le voy a hacer una confidencia. Yo esperaba que ganara Uruguay para que usted se sintiera feliz’. Y Amorim me dijo: ‘yo esperaba que ganara Argentina para quedar, también, bien con usted’. De manera que nunca nos enteramos del resultado de aquello, y los dos nos revelamos como excelentes caballeros. La amistad y el respeto que ambos nos profesábamos estaba por encima de esa pobre circunstancia que era un partido de fútbol».

Una vez que empezó el Argentina-Uruguay, Borges y Amorim se dedicaron a conversar, quizá de literatura.

Lo que Borges realmente repelía, además de la parafernalia comercial, los cornetazos y el estrépito automovilístico que suele formarse en torno de un partido, era la excesiva importancia que se le daba a un espectáculo que él consideraba «una frivolidad». Además, el fútbol, según él, desataba «las peores pasiones», fomentaba el nacionalismo y llevaba al público a desatender cualquier juicio estético para poner énfasis solo en el marcador, el resultado final. «Que uno gane y otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible. El juego en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice ‘qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi aunque haya perdido mi equipo’. No lo dice porque no disfruta del juego», criticaba.  

De todas esas discrepancias, una se reiteraba con frecuencia: la construcción de una identidad nacional a partir de las selecciones. No le parecía serio suponer que un país podía estar representado por unos jugadores. «Es absurdo juzgar a un país por el fútbol, que es algo tan trivial». 

Hay que señalar que muchos de estos puntos de vista los ofreció en 1978, antes y durante la Copa del Mundo que organizó Argentina, en plena dictadura militar (régimen con el que Borges nunca fue crítico: son famosas sus fotos con Videla). 

No le parecía serio suponer que un país podía estar representado por unos jugadores.

Por cierto, por esos días un periodista uruguayo le preguntó qué le parecía que el presidente del Perú (Morales Bermúdez) haya bajado a la cancha y se colocara la camiseta de su selección para festejar la clasificación al Mundial. Borges respondió: «Es una medida crasamente demagógica».  

Dos meses antes de que se disputara el Mundial 78, el autor de Ficciones, Historial Universal de la Infamia, El Aleph, entre tantos otros títulos, había advertido que se ausentaría de Argentina el tiempo que durase el campeonato («me iré a cualquier parte donde no se hable de fútbol»); sin embargo, no solo permaneció en Buenos Aires («aquí estoy, soportándolo»), sino que dictó conferencias en la universidad de Belgrano. 

De acuerdo con el mito urbano, una de esas charlas, sobre La Inmortalidad, se realizó justo el día y a la hora del debut de Argentina frente a Hungría. Dicen que nadie fue a escucharlo. Otros sostienen que la charla fue convocada el día de la final con Holanda, el tema fue El Tiempo, y hubo poquísimos espectadores. Hay poco de cierto. El periodista argentino Marcelo Batiz constató que el ciclo de cinco conferencias (sobre el tiempo, la inmortalidad, el libro, el cuento policial y el científico Emanuel Swedenborg) se realizó, con el aforo lleno, en días que no coincidieron con ninguno de los 38 encuentros del campeonato mundial.  

Es interesante anotar que cuando Borges era niño, a inicios de 1900, no existía una tradición de jugar fútbol en Buenos Aires. Ese hecho desmiente contundentemente otra leyenda: que el origen de su ceguera (y su desprecio por el fútbol) se remite a un desprendimiento de retina producto de un golpe recibido en un partido. Falso. Su barrio, Palermo, era más bien un barrio marginal, peligroso, donde la pelota no gozaba de la más mínima popularidad («cuando yo era chico no se hablaba de fútbol: caramba, se hablaba de riñas de gallos y de cuadreras»). En su conocido ensayo sobre el olvidado poeta Evaristo Carriego, en un capítulo titulado ‘La canción del barrio’, Borges retrata así el Palermo de inicios del siglo veinte: «Ya la gimnasia interesaba más que la muerte: los chicos ignoraban el visteo por atender al football, rebautizado por desidia vernácula el «fobal». Con «el visteo» hace referencia a una suerte de esgrima criolla sin armas, un tipo de duelo con palitos o simplemente con el dedo que era una preparación para las peleas con cuchillo de los gauchos.   

Muchos años más tarde, junto a su gran amigo Adolfo Bioy Casares, escribieron un cuento de título empírico, Esse est percipi (Ser es ser percibido), donde un personaje decreta que «el último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37», hasta antes de la llegada de la radio y la televisión, medios que pervirtieron la esencia del juego. Lo curioso del relato es la fecha, pues de alguna maneta vaticina, cincuenta años antes, la reencarnación de esa esencia perdida. ¿Cuándo nació Lionel Messi? El 24 de junio de 1987.  Si esa no es una profecía, muéstrenme una. 

«cuando yo era chico no se hablaba de fútbol: caramba, se hablaba de riñas de gallos y de cuadreras»

En diferentes entrevistas, Borges dejó varias frases que prueban su aversión al fútbol. Continuamente se sorprendía, o decía sorprenderse, de que nunca se le haya reprochado a Inglaterra «su mayor pecado: la difusión de juegos tan estúpidos como el fútbol». Cuando le consultaban por su antipatía, Borges se defendía con argumentos intelectuales. Decía que ya antes el fútbol había sido severamente condenado por dos máximos poetas ingleses, Rudyard Kipling, quien pensaba que los hombres «debían ser soldados, no futbolistas», y el propio Shakespeare en Hamlet («Those base football players»; «esos bajos jugadores de fútbol»). 

En otras ocasiones le gustaba repetir ideas antojadizas como que «el fútbol es popular porque la estupidez es popular», o que «once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos». 

También es conocido su breve encuentro con César Luis Menotti, en setiembre de 1978, poco después de que Argentina ganara el Mundial. El técnico era admirador suyo, pero Borges lo trató con elegante sarcasmo. Arrancó la reunión diciéndole: «Usted debe ser muy famoso…porque mi empleada me pidió un autógrafo suyo»; y la cerró comentando con la prensa sus impresiones de Menotti: «Qué raro, ¿no?–dijo. Un hombre inteligente que se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo». 

Fue una ironía cruel que la muerte de Borges coincidiera con el capítulo consagratorio del fútbol argentino: el Mundial de México 86. Falleció en Ginebra el 14 de junio de 1986, dos días antes de que Argentina jugara contra Uruguay en octavos de final. El duelo nacional que imponía la desaparición del varias veces candidato al Nobel duró apenas ocho días, pues el 22 de junio, Maradona —a quien Borges aseguraba no conocer— ponía a Argentina en la semifinal tras anotar dos veces ante Inglaterra, desatando la algarabía de todo el país y quizá del continente. El Gol del Siglo opacaba así la muerte del escritor del siglo. El destino, eso sí, le depararía a Borges un mejor desenlace. 

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