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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 22 de octubre del 2018

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 22 de octubre del 2018

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Una de las películas que más me marcó es «The Shining». La vi en el cine a una edad en que debía haber ido a ver E.T. o El Libro de la Selva, que las conocí después, de más grande.

Cuando me enfrenté a la mítica película de Kubric tenía apenas 8 años, así que me costó entender todo lo que ocurría al interior de ese enorme hotel clavado en medio de la nieve donde un escritor veía gemelas fantasma, enloquecía y decidía descuartizar a su familia. Me traumó pero también me fascinó. Produjo en mí lo que nunca antes (y pocas veces después) había producido una película: pavor, rechazo, ansiedad, morbo, curiosidad. El año era 1984. El cine, el Orrantia. La ubicación, platea. Los asistentes, mi tía Ruth, hermana menor de mi madre, y yo.

Cuando una película te marca, recuerdas toda la circunstancia en que esa película ingresó en tu vida. La compañía, la locación, la época, las pulsiones que te despertó

VHS es no-ficción, el narrador es el propio Fuguet y las películas, directores y actores de los que habla, sin ser legendarios, son aquellos que resultaron gravitantes para que él se convirtiera en la persona que es, para que definiera su sensibilidad, su mirada del mundo, su vocación, su sexualidad.

Esa es una de las ideas que se desprende de «VHS (unas memorias)», el penúltimo libro de Alberto Fuguet. A diferencia de «Las películas de mi vida», novela que el chileno escribió años atrás sobre un sujeto, Beltrán Soler, que relata su vida mezclándola con sus cintas favoritas (todas populares, mainstream), VHS es no-ficción, el narrador es el propio Fuguet y las películas, directores y actores de los que habla, sin ser legendarios, son aquellos que resultaron gravitantes para que él se convirtiera en la persona que es, para que definiera su sensibilidad, su mirada del mundo, su vocación, su sexualidad.

Al referir cintas tan distintas como «Buscando a Mr. Goodbar», «La ley de la calle», «Vibraciones del alma», «Los Ojos de Laura Mars», «Willie & Phill», «Cuenta conmigo» o Gigoló Americano»; o al comentar su conexión con realizadores como Brian De Palma o Paul Schrader; o al declarar su antigua debilidad por NastassjaKinski o Martin Hewitt, lo que Fuguet hace es usar una legítima coartada para hablar de sus sueños truncos, sus vacilaciones, sus inicios en el periodismo, sus primeros fetiches, su etapa de construcción. De la suya y, claro, de la nuestra

Ver esas películas una y otra vez con la disciplina de un adicto le sirvió para refugiarse de la oscuridad de la dictadura que asolaba Chile en los setenta y ochenta, pero también para descubrir esa otra oscuridad más acogedora o cálida: lapenumbra de los viejos cines.

En aquel tiempo, surgió una alternativa al cine, el VHS, artificio que trastocó el consumo de cintas, que dejó de ser una experiencia colectiva para convertirse en práctica «solitaria».

Es en los bordes de esa soledad revisitada donde Fuguet se repliega una vez más para contar sin vergüenza, sin amnesia, sin filtros, cómo fue que las ficciones de la pantalla le nutrieron la memoria y le salvaron la vida, demostrando que no está, que en verdad nunca estuvo realmente solo.

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