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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 28 de abril del 2022

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 28 de abril del 2022

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La precursora del indigenismo en el Perú llegó en barco procedente de Alemania a la edad de cinco años. Dora Mayer y su familia (sus padres, Anatol y Matilde, y su tía Sofía) dejaron Hamburgo en 1872 para huir del imperio prusiano. O al menos eso le dijeron.

La familia se instaló en la calle Ucayali, en el Callao. La casa tenía una cocina enorme, donde Matilde y Sofía cocinaban e impartían clases a la pequeña Dora. La madre tenía un carácter férreo. No se juntaban con la colonia de alemanes, no asistían a misa, no salían de paseo, no tenían contacto con nadie. 

Dora fue una niña secuestrada por su propia madre. Nunca fue al colegio.  Su única compañera de juegos fue su tía Sofía, quien le permitía competir a las damas o al dominó y le enseñaba el exterior a través de los libros y las historias que le contaba. 

“El objeto de la instrucción que se me daba era la cultivación de mi inteligencia”, escribió Dora en su autobiografía Vida interna. “En mi casa mi mamá era jefe. Con toda consideración hacia mi papá, pero absoluta en el dominio de su voluntad”. 

Años más tarde, al fallecer sus padres, descubrió que, en realidad, no era hija de Matilde. Probablemente, ese secreto fue el verdadero motivo del viaje que los apartó de Hamburgo para llevarlos a otro planeta llamado Perú. 

“El objeto de la instrucción que se me daba era la cultivación de mi inteligencia”, escribió Dora en su autobiografía Vida interna.

El sistema represivo en el que creció la hizo empatizar con una represión mayor que determinaría su carrera como investigadora y escritora. “Un ansia de libertad me ha conducido a comprender los sufrimientos de los pueblos oprimidos del mundo, a cuya causa debí más tarde dedicar las luchas de mi pluma”, escribió.

Se interesó por las desigualdades económicas y por las injusticias que afectaban a la población indígena. También por los derechos de la mujer. Esta preocupación la llevó a trabajar de manera estrecha con María Jesús Alvarado, considerada la primera feminista del Perú. 

Dora quería escribir y colaboró con varios diarios y revistas que daban cuenta de su vasta cultura y conocimientos sobre todas las cosas. Menos las emocionales, a las que solo se había aproximado a través de las novelas de Dickens y la música de Mozart. 

Fundó, junto al senador Joaquín Capelo y el filósofo Pedro Zulen, la Asociación Pro-Indígena, que buscaba informar a los indígenas acerca de sus derechos ciudadanos. A lo largo de una década, Dora concentró toda su energía en desarrollar una red de intelectuales, artistas y organizaciones que se sumaran a la causa. Lo logró y obtuvo tanta repercusión que fue perseguida y censurada por el gobierno de Augusto B. Leguía.

“Un ansia de libertad me ha conducido a comprender los sufrimientos de los pueblos oprimidos del mundo, a cuya causa debí más tarde dedicar las luchas de mi pluma”

En paralelo, Dora vivió un intenso amor no correspondido. “Te quiero cuidar y te quiero querer” fue el título de la primera carta pública que le envió a Pedro Zulen, 22 años menor que ella. Su amor por alguien mucho más joven le valió la censura en una sociedad conservadora y pacata, lo cual mermó considerablemente su prestigio intelectual. 

Dora tenía 40 años, ya había experimentado otro amor imposible, pero, de todas formas, la imagen de este joven brillante la trastornó completamente. Quizás sufrió algún tipo de delirio erotomaníaco que entonces no pudo ser diagnosticado. Quizás una infancia encerrada en sí misma la llevó, de adulta, a experimentar el amor de una manera tan idealizada y extrema. El caso es que, luego de un intercambio epistolar público, empezó a autodenominarse Dora Mayer de Zulen (sin que Zulen estuviera necesariamente de acuerdo). 

Claramente, había algo desigual entre ellos. Zulen la evitaba, pero solo en público.  En la intimidad parecía sembrar esperanzas en Dora, quien, además, le ofreció varios préstamos económicos.

“Las cosas jamás fueron tan simples en la historia de Zulen y Mayer: los testimonios del propio Zulen, las deducciones de sus amigos, la opinión del propio historiador, niegan un simple acto de amor como aquellos de que el mundo rebosa”, escribió José B. Adolph en la novela Dora, donde se anima a imaginar los motivos y devenires de una relación tormentosa.

Su amor por alguien mucho más joven le valió la censura en una sociedad conservadora y pacata, lo cual mermó considerablemente su prestigio intelectual. 

Sin importar sus flagelos amorosos, Dora fue una incansable activista. Denunció a una compañía minera por el sistema de explotación que imponía a sus trabajadores y escribió feroces artículos en su contra. A lo largo de su vida publicó libros como The conduct of the Cerro de Pasco Mining Company (1913), El indígena peruano a los 100 años de la república libre e independiente (1921) o El indígena y su derecho (1929). También publicó un libro sobre la inmigración china, otro sobre Leguía y, finalmente, sus memorias, que fueron publicadas de manera póstuma por el historiador Pablo Macera. 

Dora sobrevivió a Pedro Zulen y murió sola a los 90 en su casa, cerca de la plaza San Martín.  Pidió que en su lápida se inscribiera el nombre con el que ella se identificaba: Dora Mayer de Zulen.

Tuvieron que pasar muchos años hasta que la mujer convertida en altavoz de los desfavorecidos y maltratados recuperara el prestigio intelectual. Su amor frustrado y disparejo, al que no renunció ni con la muerte, la había dejado marcada. El tiempo ha de borrar los prejuicios que se construyeron en su contra, y Dora ha pasado a la posteridad como la necesaria y gran defensora de la causa indígena que fue. 

Dora Mayer de Zulen (1868 – 1959)

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