[Mañana Lionel Messi disputa su última oportunidad de consagrarse campeón del mundo]
Conmueve pensar que Messi nació en junio de 1987, un año después del último campeonato mundial de Argentina, en México 86. Conmueve pensar que mientras Maradona levantaba la Copa y era paseado en hombros por el estadio Azteca después de vencer a Alemania, el hombre que se convertiría en su legítimo sucesor recién abría los ojos al mundo en una casita de Las Heras, un barrio pobre y peligroso de Rosario. Y conmueve también pensar que mañana, domingo 18, ese niño convertido ahora en capitán podría reeditar una escena similar a la acontecida treintaiséis años después.
No hay casi nada nuevo que decir sobre Messi. Todo parece haber sido ya contado. Los cronistas han abundado hasta el cansancio en detalles de los mejores momentos de su vida, así como en los más difíciles: la enfermedad hormonal que afectó su crecimiento, o la muerte de su abuela, que condicionó para siempre sus festejos mirando al cielo.
Hay una treintena de libros sobre Lío, textos que indagan en aspectos de su biografía, o que analizan su condición de fenómeno deportivo, o que compilan sus asombrosas estadísticas. Estos últimos son muy populares, pues Messi llevado a los números es una vertiginosa galaxia de récords que está siempre actualizándose: ha convertido 672 goles, tiene más de 35 títulos, ha ganado 6 veces el balón de oro, ha merecido otros 72 premios, su patrimonio económico se calcula en alrededor de 400 millones de dólares, tiene casi 400 millones de seguidores en Instagram, 630 niños en Cataluña fueron bautizados con su nombre. Y la lista sigue hasta el infinito.
Messi llevado a los números es una vertiginosa galaxia de récords que está siempre actualizándose.
Pero no son los guarismos lo que más impresiona del líder de la selección de Scaloni, sino su trascendencia como figura, levantada casi a la inversa de Maradona, el faro, el mito, la leyenda a partir de la cual todo futbolista argentino intenta construir su propio relato. Es cierto, no faltan semejanzas entre ambos –se les identifica con la camiseta 10, debutaron siendo muy chicos, vistieron los colores del Barcelona (y de Newell’s)–, pero son muchas más simbólicas sus diferencias: Diego hizo carrera en su país, Messi se formó en Europa y eso condiciona la mirada que algunos hinchas tienen a la hora de evaluar su importancia; Diego tenía una vida personal caótica, desastrosa, la de Messi, en cambio, es modélica para los estándares conservadores; Diego era locuaz (demasiado) y dejó varias frases para el mármol (consigno solo dos: “la pelota no se mancha”, “me cortaron las piernas”), Messi es un interlocutor escueto, económico, poco sorprendente; a Diego le tocó ser el mejor futbolista del mundo durante la post guerra de las Malvinas (sus goles ante Inglaterra en México 86 tuvieron connotación de revancha histórica), la argentinidad de Messi no tiene esas connotaciones de época; Diego era tremendamente político, Messi prefiere no mezclar su actuación profesional con sus opiniones políticas (que no las ventile no quiere decir que no las tenga); por último, Maradona tuvo que hacerse cargo de su familia, fue padre de sus padres, mientras Lío siempre ha dejado que sea su viejo quien maneje sus finanzas y carrera (lo que, por cierto, le ha valido tener que responder ante la justicia española por asuntos tributarios).
Messi y Maradona, son patrimonio histórico de la humanidad, cada uno con su historia, sus rasgos, su trascendencia
Pero este texto no se escribe para juzgar ni comparar lo incomparable; primero porque es inútil, segundo porque ambos nombres, Messi y Maradona, son patrimonio histórico de la humanidad, cada uno con su historia, sus rasgos, su trascendencia. Si la ‘Pulga’, el actual mejor futbolista del planeta, levanta mañana la Copa del mundo, le pondrá un broche de oro a su vitrina personal y muchos, millones, celebraremos que se le haya cumplido el último deseo pendiente.