Sería exagerado decir que odiaba a David Cassidy. Definitivamente le tenía ojeriza. Era el protagonista angelical, pelucón y de mirada de vaca que gobernaba la habitación de mis hermanas desde la exaltación del papel couché.
Cassidy encarnaba a Keith Patridge en la serie La Familia Patridge, y redundaba en la vida real como él mismo, producto musical hormonal de consumo masivo y ubicuo merchandising: Loncheras, discos, muñecos y los susodichos posters.
Tan finos eran los rasgos de Cassidy que este tenía 20 años cuando interpretaba a un personaje de 16. Recibía más de 25 cartas por semana, de esas escritas a pulso no por teléfono, y una de sus insostenible canciones, como ¨Creo que te amo¨ vendió más de 4 millones de copias. El luego describiría estos años de éxito como solitarios, vacíos, y sin sentido.
David era hijo único del cantante Jack Cassidy y la actriz Evelyn Ward. Este luego se casaría con la también actriz Shirley Jones, que interpretaba a su madre en La Familia Patridge. La carrera de su padre había sido un éxito discreto, eufemismo por mediocre. La frustración le había abierto la puerta al alcoholismo y la relación con su hijo rayaba en lo inexistente. Todo empeoró cuando el éxito planetario de David opacó aún más la oscuridad que lo asfixiaba.
La distancia se hizo insalvable cuando en 1976 Jack Cassidy murió carbonizado en su departamento. Se quedó dormido fumando. El golpe fue demoledor para David. Cinco años de terapia apenas atenuaron su desplome final. Hizo discos horribles y obras de teatro olvidables. Acabó en el 2011 concursando en tv por un trabajo en el reality Celebrity Apprentice. Luego de ser humillado por los hijos inútiles del protagonista del programa, un empresario con nombre de pato, Donald Trump, este lo despidió. Hoy ese conductor de reality es el presidente de los Estados Unidos.
Esta historia, contada en x85 minutos, es la médula de David Cassidy: The Last Sessions. Trata de como en el 2018 los fieles miembros de su banda adolescente, testigos de primera mano de como el joven músico fuera exprimido como un limón, intentan hacer que grabe un último disco en memoria de su padre. Es el último por que el estado de salud de la ex estrella juvenil es crítica: disfunción hepática, alcoholismo, fármaco dependencia y demencia senil.
El drama del niño artista es una versión glamorosa del infierno: tener todo y no tener nada.
EL PRECIO DEL ALMA
El drama del niño artista es una versión glamorosa del infierno: tener todo y no tener nada. La infancia se supone que es el espacio temporal y sicológico en donde se aprende acerca de la existencia de límites y de cómo uno se relaciona con el prójimo. Para el niño estrella ambas consideraciones ambos están distorsionada por la fama y los privilegios de ser masivamente adorado sobre un escenario.
La lista de víctimas de este engañoso triunfo precoz es larga y sangrienta, pudiendo ser ellas inclusive post mortem. Es lo que parece establecer el documental sobre Michael Jackson. El, explotado y abusado por su propio padre como niño artista, habría hecho lo propio de adulto con sus más pequeños y vulnerables seguidores.
Luis Miguel, el Sol de México que en estos días compitió con el sol de los Incas, es un sobreviviente del perverso esquema del hacerse rico a costa de un pre puber cantor. Lo hizo no sin cicatrices, te odio Luisito Rey, oscilando en una dipsomanía crónica que gracias a Netflix ha encontrado un segundo aire.
NUESTRO NIÑO ESTRELLA
Un sobreviviente local, no exactamente figura canora aunque si pionera estrella mediática nacional, fue el personaje de Roberto Beaumont. Tal vez mejor recordado por su nombre artístico: Momón.
Con apenas tres años de edad el Pequeño Roberto se hizo adicto a la magia iridiscente de la pantalla. Gracias a los gustos televisivos adquiridos de su nana, léase Trampolín a la Fama y Radiomar, el niño empezó a memorizar canciones y publicidades. Tanto insistía con Ferrando que su cuidadora lo llevó una tarde a Trampolín a la Fama. Ahí ella se dio maña para conocer a Camucha Negrete y pedirle que Augusto le hiciera caso al pequeño fan. Camucha lo veía difícil: al negro no le gustan los niños, dijo.
Aprovechando que Tribilín y Carbajal se llevaban del cuello a un competidor eliminado, Camucha aprovechó para soltar al niño a escena. Ferrando, al aire y sin libreto, inquirió por la pequeña irrupción.
– ¿Tu quién eres?, preguntó.
– Dobeto Momón, respondió el pequeño tratando de pronunciar su nombre.
Ferrando lo bautizó como Momón.
Hacia finales de los años 6o Momón hacía carrera como niño artista. Una mención espontánea al televisor Philco que tenía en casa, inocente mermelada, le valió que esa marca le pagara toda la educación escolar. Luego de trabajar precoz y provechosamente en Trampolín a la Fama pasó luego a el Tío Johnny. Mientras Momón se bamboleaba al son del Twist para la audiencia peruana, el falso adolescente de David Cassidy convocaba millones de jóvenes con el corazón alborotado.
SESION FINAL
El documental relata como un frágil y adolorido Cassidy intenta grabar seis canciones que su padre le enseñó. Apenas llega a completar cuatro, con resultados más sentimentales que cualitativos. El registro se interrumpe cuando la ex estrella juvenil ya no puede ni con su alma y es internado a rastras. Seria disfunción hepática producto del alcoholismo. Moriría poco después, antes que el disco saliera a la venta.
El signo nefasto del niño estrella se confirmó a los pocos días de su partida: su disco se convirtió en best seller póstumo en Amazon. Descanse en paz, niño símbolo.