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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 2 de septiembre del 2022

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 2 de septiembre del 2022

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María del Socorro Tellado López, Socorrín para su familia y Corín para la posteridad, escribió más de 4,000 novelas y vendió un promedio de 400 millones de ejemplares en el mundo. A lo largo de sus 81 años de existencia prácticamente no salió de Asturias, un lugar montañoso y costero ubicado al norte de España. En todo este tiempo solo tuvo una relación con el padre de sus dos hijos que fracasó a los tres  años de matrimonio. 

Si vivió de manera casi ermitaña, acompañada a veces de su familia, un paquete de cigarros y muchos libros, enclaustrada en una oficina pequeña por donde apenas entraba la luz, ¿de dónde sacó las herramientas para convertirse en la segunda escritora hispanoamericana más leída después de Cervantes?

“El amor no era nada para mí cuando escribí mi primera novela. Allí le eché imaginación. Yo no sabía nada de hombres ni de amores, pero desde aquel día nunca me faltó un sueldo”, dijo en una entrevista.

A los 16 años, Corín acababa de aceptar un trabajo en una zapatería. Su padre había fallecido y necesitaba contribuir a la economía familiar. Pero a ella lo que más le gustaba era inventar historias. Cuando iba al cine le contaba el argumento de las películas a su madre con gran detalle. Pero, cuando decía que iba al cine y no conseguía entrar por cualquier motivo, volvía a casa y contaba otra película. Una inventada por ella. 

Pero, cuando decía que iba al cine y no conseguía entrar por cualquier motivo, volvía a casa y contaba otra película. Una inventada por ella. 

Si podía enganchar a su madre con un relato ficticio, ¿por qué no convertir ese talento en un oficio?, pensó.  Así escribió su primera novela, Atrevida apuesta, y así se ganó su primer sueldo, equivalente a 20 dólares de hoy, que le fue pagado en dos partes. 

A partir de entonces escribió sin parar, primero a mano y luego en una máquina de escribir donde movía cuatro dedos a la velocidad de la luz. Su tarea empezaba a las cinco de la mañana, se detenía para comer algo, para echar una siesta y luego continuaba hasta completar unas 40 páginas. Sus días eran iguales, sus historias siempre distintas, aunque giraban en torno a un único tema: la búsqueda del amor. 

Sus novelas rara vez superaban las 100 páginas y en una semana podía llegar a escribir dos o tres.  Descubría los destinos de sus personajes en libros turísticos y escribía historias a partir de anécdotas que cazaba al vuelo, de cartas que le escribían, de películas que veía, de chismes que le contaban pero, sobre todo, de una imaginación que, según decía,  “funcionaba más rápido que su habilidad de mecanógrafa”.

A ella no le gustaba que le dijeran la Gran Dama de la Novela Rosa. No consideraba que ella o sus novelas fueran románticas. Decía que escribía “novelas de sentimientos”. El amor, decía, nunca pasa de moda. 

A ella no le gustaba que le dijeran la Gran Dama de la Novela Rosa. No consideraba que ella o sus novelas fueran románticas. Decía que escribía “novelas de sentimientos”. El amor, decía, nunca pasa de moda. 

Corín escribió novelas románticas, pero también cuentos juveniles y fotonovelas. El éxito masivo le llegó cuando, en 1951, firmó un contrato con la revista Vanidades para publicar dos novelas cortas al mes. Gracias a ella, la revista pasó de vender 16,000 a casi 70,000 ejemplares. Corín soñaba con escribir algo más extenso, una novela polifónica que hablara de su tiempo, pero la editorial y el público insistían en un formato corto con final feliz.

La crítica no estuvo de su parte, la consideraban una escritora menor y no encontraba un espacio entre los grandes escritores de la época aunque vendiera muchísimo más que todos juntos. Tampoco parecía necesitar ese tipo de reconocimiento. Aunque llegó a ganar dinero, vivía con austeridad. Lo del dinero también es relativo porque no siempre obtuvo los mejores contratos. 

“Yo he cumplido una función y he llevado a buen fin mi responsabilidad”, dijo. Para ella, la literatura era eso, nada más que una responsabilidad para sostener a su familia y para llevar una vida tranquila alejada de los focos.

“Quien busca la felicidad plena es un necio porque no existe. Yo creo en retazos de felicidad, en la felicidad compuesta de pequeñas cosas, no de grandes cosas. Yo creo en la felicidad de esa manera, a ratitos”. 

“Quien busca la felicidad plena es un necio porque no existe. Yo creo en retazos de felicidad, en la felicidad compuesta de pequeñas cosas, no de grandes cosas. Yo creo en la felicidad de esa manera, a ratitos”. 

De mayor confesó que de tanto trabajar  “se olvidó de vivir”. En la vida real, contó alguna vez, nunca le dijo te quiero a nadie. A pesar de contar con el afecto de sus hijos, nietos y pocos amigos, Corín no sintió pasiones locas o arrebatadas, pero tuvo la gran idea de escribirlas. Ella proyectó el rocoso camino de la búsqueda del amor perfecto en sus personajes y en su gran legión de lectores que, gracias a sus relatos, pudieron vivir otras vidas llenas de aventuras y de felicidades a ratitos. 

Corín Tellado (1927 – 2009)

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