“Para ser irremplazable, uno tiene que ser diferente”, dijo alguna vez Coco Chanel, empeñada siempre en modificar todos los arquetipos asignados a una mujer nacida pobre y en provincia a principios del siglo XX. Pero, en sus comienzos, mucho antes de convertirse en una diseñadora de leyenda, no era diferente. Era, como muchas mujeres de su tiempo, alguien destinada a pasar desapercibida.
Gabrielle Chanel era igual a tantas niñas huérfanas y desamparadas a lo largo de la historia. Creció en un orfanato en el centro de Francia, donde aprendió a coser, bordar y planchar, habilidades que en su adolescencia le servirían para encontrar un trabajo como ayudante de sastre. Sin embargo, a ella le gustaba el escenario. Quería bailar, cantar, destacar. No se convirtió en la estrella que soñaba ser, pero adquirió el nombre que la definiría, Coco, gracias a dos de los temas que solía interpretar: Qui qu’a vu Coco? (¿Quién ha visto a Coco?) y Ko-ko-ri-ko.
“Para ser irremplazable, uno tiene que ser diferente”
Coco tenía un hambre grande, un deseo de pertenecer a todos esos privilegios inalcanzables para las chicas de su condición. Quería escalar una montaña desde donde pudiera tocar el techo del mundo y encontró una ruta a través de sus amigos y amantes. Étienne Balsan fue uno de ellos, el que la introdujo a las fiestas y la ayudó a inaugurar su primera tienda de sombreros intervenidos con detalles inusuales a precios estratosféricos. Arthur “Boy” Capel, quizás su más grande amor, también la ayudó a inaugurar su primera tienda en Deauville, luego Biarritz y, finalmente, París. A ambos les devolvió las inversiones iniciales con creces.
Despojada de las ligas, el corsé y los vestidos largos propios de la Belle Époque, Coco desfilaba por un escenario imaginario con prendas totalmente atípicas para el momento que le tocó vivir. Usaba corbatas, amplísimos sastres, ropa de inspiración náutica, mucho blanco y negro, perlas falsas, un Little Black Dress y pantalones.
Y como nunca pudo cursar estudios superiores, las cuentas de su futura fortuna las llevaba con papel, lápiz y borrador para no cometer errores.
las cuentas de su futura fortuna las llevaba con papel, lápiz y borrador para no cometer errores.
En 1927, a los 34 años, ya ocupaba cinco inmuebles en la famosa rue Cambon 41. La consiguiente historia de éxito, como casi todas, es una mezcla de intuición, sombras, talento y buena suerte. Su perfume, Chanel Nº 5 (eligió la quinta prueba de fragancias y así surgió el nombre), el logotipo de las ces entrelazadas (que ella mismo diseñó) y el mito que construyó con extravagancia y misterio (vivió 30 años en el hotel Ritz y tuvo una gran colección de amantes) la llevaron a ser un símbolo de éxito, estilo e independencia.
Esquiva y temperamental, su vida fue interpretada por Katherine Hepburn en Broadway, aunque a ella le importara muy poco porque odiaba el teatro tanto como los libros de Historia. Porque la Historia, decía, estaba muerta. En el aquí y en el ahora, Coco era una mujer que amaba trabajar y, luego, no hacer nada. “Yo solo tomo champagne en dos ocasiones: cuando estoy enamorada y cuando no”, fue una de las frases que dejó para la posteridad.
La vida de la exitosa, transformadora y desafiante Coco Chanel no está libre de oscuridad. Durante la Segunda Guerra Mundial manifestó su antisemitismo y se relacionó sentimentalmente con un alto mando nazi. Incluso formó parte de una operación secreta. Finalizada la guerra y abierta una investigación en su contra por ser sospechosa de colaboracionismo, se libró de las consecuencias, dicen, por ser buena amiga de Winston Churchill. Sin embargo, su imagen quedó, con justa razón, profundamente dañada para siempre
“Yo solo tomo champagne en dos ocasiones: cuando estoy enamorada y cuando no”
También dicen que no sabía dibujar un patrón y que, en realidad, tampoco le gustaba coser. No es relevante. Su talento estaba en otra parte, en el futuro y en la libertad con la que diseñó y vivió su vida. Falleció en una habitación del Hotel Ritz a los 87 años. Con un imperio a cuestas, Coco, diferente e irremplazable, se despidió de la vida con simpleza. “Bueno, así es como uno se muere”, dijo la mujer que, en sus inicios, no hubiera podido pagar los precios de sus propias prendas y terminó por transformar la manera de vestir de las mujeres.
Coco Chanel (1883 – 1971)