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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 13 de marzo del 2019

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 13 de marzo del 2019

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Feminista, indigenista, anticlerical y sin hijos. En 2019, con solo uno de esos cuatro títulos una mujer peruana sería, como poco, cuestionada. La escritora, periodista y educadora cuzqueña Clorinda Matto de Turner fue todo lo antes dicho hace más de 140 años.

¿Cuánto hemos cambiado desde entonces?

Nacida Grimanesa Martina Mato en 1852, se cambió el nombre a Clorinda, le añadió una T a su apellido y adoptó el de su marido inglés, John Turner, como coletilla para construir la identidad de una mujer “desestabilizadora del orden y las costumbres imperantes”, en palabras de Miguel Vargas, autor de Las empresas del pensamiento, donde hace un exhaustivo análisis de la vida y obra mattiana.

Clorinda empezó a escribir poemas y artículos con seudónimos como Mary, Betsabé, Adelfa y, más tarde, Carlota Dimont, pero fue a partir de su viudez que empezó a nutrir las veladas intelectuales de la época y a ocupar tribunas periodísticas y literarias. Primero fundó la revista El Recreo en Cuzco. En Arequipa fue jefa de redacción de La Bolsa. En Lima dirigió el semanario El Perú Ilustrado y luego Los Andes, y publicó su primera novela, Aves sin nido, en 1889. Desde todos los ángulos posibles abogó siempre por los derechos de la mujer, la educación y la inclusión indígena.

La cúpula intelectual conservadora la menospreció. Riva Agüero consideró sus Tradiciones Cuzqueñas un fracaso total por considerarla una imitadora de Ricardo Palma. Ventura García Calderón la definió como “costurera literaria” y “genio de la vulgaridad”. Sus novelas Aves sin nido, Índole y Herencia fueron criticadas por carecer de un estilo y ser demasiado sentimentales o melodramáticas.

Las tropas de Piérola la arrinconaron. Tenía a los sectores clericales en contra y además era amiga y defensora de Andrés Avelino Cáceres.

La Iglesia la excomulgó. Como directora de El Perú ilustrado, Matto –más crítica de los curas abusadores que de la Iglesia- permitió la publicación del cuento “Magdala” del brasileño Enrique Coelho Netto, que sugería un romance entre Jesús y María Magdalena.  La iglesia prohibió a los hogares cristianos la lectura del semanario y Aves sin nido pasó a formar parte de los libros prohibidos. Su retrato ardió en llamas en Arequipa y Cuzco.

Las tropas de Piérola la arrinconaron. Tenía a los sectores clericales en contra y además era amiga y defensora de Andrés Avelino Cáceres.  Su imprenta, La Equitativa, donde la mayoría de trabajadoras eran mujeres, fue destruida, su hogar fue asediado e incluso tomaron de rehén a su hermano David.  Clorinda tuvo que exiliarse en Argentina, donde fundó la revista Búcaro Americano, trabajó como profesora y obtuvo el éxito y el reconocimiento que el Perú le negó. Falleció a los 57 años.

Ricardo Palma, Ricardo Rossel o Manuel González Prada fueron algunos de los intelectuales de la época que sí la apoyaron, pero en general su nombre tuvo que esperar revisiones posteriores para que Aves sin nido fuera considerada la primera novela indigenista de América Latina.

Autodidacta, educadora, empresaria editorial, defensora del quechua, propulsora de una red de escritores, periodista a tiempo completo, amiga de la industrialización y el comercio, Clorinda, incluso hacia el final de su vida, fue una mujer de una vitalidad implacable.

En 1895, en El Ateneo de Buenos Aires, Clorinda leyó su famoso discurso “Las obreras del pensamiento en la América del Sur”, donde hizo un recuento “de las mujeres que escriben, verdaderas heroínas que (…) luchan, día a día, hora tras hora, para producir el libro, el folleto, el periódico, encarnados en el ideal del progreso femenino”.

Y todo esto, ¿para qué? Por la gloria, dijo, “que casi siempre arroja sus laureles sobre (un) ataúd”.  Laureles para Clorinda.

 

 

Clorinda Matto de Turner (1852-1909)

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