Con solo 23 años Claudia Llosa escribió el guión de una película que no pensaba dirigir. Dos años más tarde, por pedido expreso del productor español que apostó por su texto, se puso detrás de la cámara y empezó el que sería el primer rodaje de su vida. El guión –que contaba la historia del choque cultural entre un muchacho de Lima varado en un pueblo perdido en la sierra del Perú y los habitantes de ese pueblo durante su máxima festividad religiosa– llevaba por título: «Madeinusa». Corría el año 2005. Aunque la cinta tuvo una estupenda acogida de crítica y el público, vino acompañada de una controversia para la que Claudia no estaba preparada. Se le endilgó haber elaborado una narración prejuiciosa del mundo andino que nada tenía que ver con la realidad peruana: reproche estéril para una ficción que no buscaba representar ninguna estampa nacional, sino tan solo contar una historia sobre la represión, el miedo, la traición, la muerte, la búsqueda de la libertad. Los jueces de los catorce festivales internacional donde fue premiada también lo entendieron así.
Cuatro años pasaron para su siguiente largometraje, «La teta asustada», también escrito por ella. Se trata de un drama ambientado en la periferia de Lima donde algunos de los temas de “Madeinusa” reaparecen más densamente trabajados, por ejemplo, la búsqueda de la madre, la culpa, o el sistema de supersticiones que se instaura dentro de una comunidad que encuentra en esas creencias un mecanismo de defensa. Debe ser la película nacional más premiada de la historia reciente, pues ganó el Oso de Oro del Festival de Berlín y obtuvo nominaciones para los premios Oscar y los Goya.
En 2015 vimos “No llores, vuela” (“Aloft”, en inglés), donde dirigió por primera vez a actores del circuito hollywoodense. Esta vez el relato tiene como escenografía el Círculo Polar Ártico y Canadá y nos habla del miedo, la maternidad, el destino, la imposibilidad de salvar. Aunque carece de la contundencia de las dos primera películas, contiene una de las escenas más inquietantes que, como padre, recuerdo haber visto en el cine (la escena de la camioneta roja en la nieve, no diré más).
En 2015 vimos “No llores, vuela” (“Aloft”, en inglés), donde dirigió por primera vez a actores del circuito hollywoodense.
Hace ya algunos días tuve la suerte de conversar con Claudia en la Casa de América de Madrid a propósito de los 30 años de esa institución y de la proyección de su obra más reciente, el thriller “Distancia de rescate” (2021, accesible en Netflix), una adaptación de la novela homónima de la escritora argentina Samanta Schweblin. Con un telón de fondo rural, conocemos aquí a dos madres que se hacen amigas, o algo más que amigas, o algo menos que amigas, y poco a poco van revelándonos sus flancos más débiles.
Con Claudia Llosa, nos conocíamos sin conocernos. Es decir, estudiamos juntos en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Lima muchos años atrás, pero nunca nos hicimos patas. Nos ubicábamos, creo. Esa y otras, no pocas, coincidencias hicieron que la charla en Madrid resultara cercana, familiar. Fueron cincuenta minutos donde ofreció detalles de su labor creativa. Contó, por ejemplo, que su interés por tener a protagonistas mujeres (Magaly Solier, Jennifer Connelly, María Valverde, Dolores Fonzi) no obedece a razones ideológicas o necesariamente feministas, sino más bien humanas, porque esas mujeres están construidas desde el empoderamiento, sí, pero también desde la fragilidad, el temor, el equívoco.
Contó, por ejemplo, que su interés por tener a protagonistas mujeres (Magaly Solier, Jennifer Connelly, María Valverde, Dolores Fonzi) no obedece a razones ideológicas o necesariamente feministas, sino más bien humanas, porque esas mujeres están construidas desde el empoderamiento, sí, pero también desde la fragilidad, el temor, el equívoco.
También se refirió al hecho peculiar de haber rodado en ambientes que no coinciden con su experiencia vital. Llosa vive ahora en Barcelona, antes lo hizo en Madrid, Nueva York y Lima, es decir, urbes cargadas de un dinamismo, una arquitectura y unas tensiones muy distintas –y distantes– de los lugares donde ha filmado (los Andes, la nieve, el campo). Subrayó que no lo hacía deliberadamente sino que le nacía ubicarse en esos espacios precisamente porque no los conoce lo suficiente y siempre está dispuesta a dejarse sorprender por los lugares y paisajes.
Tal vez eso, no seguir pautas y, claro, haber apostado por un tipo de cine muy personal, que se nutre de sus propios recuerdos, sueños y mitos, la hayan convertido en una de las cineastas peruanas más singulares y reconocidas a nivel mundial. Mientras esperamos su nuevo largo (¿otra adaptación, otro guión a cuatro manos?), vean o vuelvan a ver sus películas, la mayoría disponibles en plataformas. Una recomendación: mírenlas en desorden cronológico. Se disfrutan mejor.