La niña que renegaba de los vestidos y los aretes, la que encontraba amistad y conversación en animalitos y no en otros niños, la que sufrió poliomielitis y fue rechazada por sus padres y hasta por el cura del pueblo, siempre supo que para ser libre tendría que huir. Así fue como Isabel Vargas Lizano vendió unas gallinas y una vaca y partió del pequeño San Joaquín de las Flores, en Costa Rica, rumbo a Ciudad de México. Corrían los años 30 y lo único que sabía hacer era cantar, pero todavía no hacía suyas las rancheras con ese dolor lento y hondo con el que llegó a interpretar el final trágico del amor. Le faltaba el poncho, la guitarra y el tequila. Solo así se convertiría en la mítica Chavela Vargas, la que siempre cantó desde una herida abierta que nunca pudo -o tal vez no quiso- cerrar.
“Pregúntame lo que quieras, pero no de dónde vengo sino a dónde voy”, dice mirando a la cámara al inicio del documental Chavela, de Catherine Gund y Daresha Kyi, donde se repasa la vida de la mujer que forjó su identidad en la diferencia. Ella, que hablaba con la luna para saber qué había más arriba, se paraba en el escenario en pantalones, una excentricidad no necesariamente bien vista para una mujer de los años cincuenta. José Alfredo Jiménez la descubrió en una cantina y vio en ella a la genial intérprete de emociones que sus composiciones requerían. Chavela se apoderó de temas como “En el último trago”, “Amanecí en tus brazos”, “Que te vaya bonito” o “Mundo raro” en esas noches que duraban días en el Tenampa, centro del mariachi sumergido en ríos de tequila.
¿Hacia dónde iba, Chavela, entonces? Cuando bordeaba los 70 años iba directo a la ruina. Con el hígado destrozado y prácticamente en la miseria, buscó refugio en una pequeña casa de Tepoztlán junto a su perra Victoria. Había perdido la gloria del escenario, su discográfica le dio la espalda y muchos ya la daban por muerta.
Atrás quedaron sus noches de parranda y sus célebres romances, el más conocido con Frida Kahlo. “Al verle la cara, los ojos, pensé que no era un ser de este mundo”, dijo alguna vez. Luego llegaría Ava Gardner, en el matrimonio de Elizabeth Taylor y Michael Todd en Acapulco. “Esa noche, todo el mundo amaneció con todo el mundo y yo amanecí con Ava Gardner”, recordó en otra ocasión. Además de ser una seductora imbatible parecía tener una forma inolvidable de querer. “Chavela era más que un gran amor. Era una experiencia vital que trasciende a lo que sea. Era divertida y mágica. Era todo junto”, dijo una de sus últimas parejas en el documental que lleva su nombre. Sin embargo, Chavela siempre prefirió la libertad que encontraba en solitario, en una nostalgia y melancolía que derivó en alcoholismo crónico (“La enfermedad de la soledad y el abandono”, dijo en una entrevista).
Doce años después se entregó a la diosa Cihuateteo y a Mictecacihuatl, señora de los muertos. Gracias a su fe y misticismo renació desde la abstinencia y volvió a los escenarios del teatro bar El hábito. Era la primera vez que cantaba sin tequila. El editor Manuel Arroyo y el director Pedro Almodóvar la invitaron a España y ella, a una edad en la que la mayoría busca jubilarse, ofreció el concierto de su vida en la madrileña Sala Caracol, en 1993.
La dama de poncho rojo, la mestiza ardiente de lengua libre, la gata valiente de piel de tigre, como le canta el adorable Sabina en “Por el bulevar de los sueños rotos”, recondujo su carrera en la última etapa de su vida. De cantar de forma marginal en las cantinas mexicanas pasó a colgar carteles de localidades agotadas en Madrid, París, Buenos Aires, Nueva York y, finalmente, Ciudad de México, que también se rindió ante esa manera suya de hacer del corazón en pedazos y el alma en el suelo motivos de orgullo.
En 2012, con un hilo de vida y un poder intacto, dio su último concierto en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Falleció pocos días después, al volver a casa. Con la frase “las amarguras volverán a ser amargas… se ha ido la gran dama Chavela Vargas” se dio a conocer su muerte a los 93 años. Recibió homenajes de todo tipo, incluso del país del que tuvo que huir para ser verdaderamente libre. Pero, ella, que tenía el pecho de acero, no se fue del todo. Sigue cantando todas las noches en las voces de quienes brindan con extraños y lloran por los mismos dolores. Porque Chavela, todos sabemos, nunca te dejaría a solas en el desconsuelo de las cosas que quedan prendidas hasta dentro del fondo del alma.
Chavela Vargas (1919-2012)