Quería ser madre, ama de casa y profesora, pero empezó a cantarle nanas a sus hermanos menores para arrullarlos y le brotó una voz que le reconfiguraría el destino. Un primo suyo la llevó a un concurso de canto en la radio García Serra de La Habana y Celia interpretó un tango. El primer premio de todos los que recibiría en su vida fue una torta. Luego ganó 15 dólares y, así, además de entretener a sus familiares y vecinos en sus pequeños conciertos improvisados, se presentó a todos los concursos de las radios para, algún día, poder pagarse la carrera de docencia.
Extravagante y estridente, con esas pelucas irreales, aretes que le tocaban los hombros y uñas de cuatro centímetros, Celia Cruz se unió como vocalista a la Sonora Matancera y se convirtió en un éxito inmediato en la Cuba de los años cincuenta. Primero enamoró al trompetista Pedro Knight, que se convertiría en su pareja, arreglista y representante para toda la vida, y, con el paso de los años, al mundo entero.
“Yo solo quiero que sean felices, felices, felices. Mi mensaje siempre es el de la felicidad”, dijo en una entrevista, a pesar que su vida siempre estuvo partida por la mitad. En 1960 se fue de gira a México con la Sonora y ya no pudo volver. El régimen castrista la repudió y ella no pudo regresar a la isla ni siquiera para ver morir a sus padres. Desde entonces llevaría a Cuba y a la virgen de la Caridad del Cobre siempre consigo y recordaría su infancia en el olor de la flor galán de noche y en el sabor de la guanábana y el mamey. En 1990 logró volver como invitada a una presentación en la base norteamericana de Guantánamo y se guardó un puñado de tierra, de su propia tierra, para llevársela a la tumba cuando muriera.
Celia adquirió la nacionalidad norteamericana después de vivir cinco años como asilada política e inició su carrera como solista con Canciones que yo quería haber grabado primero. Después vendría su alianza explosiva con Tito Puente, Memo Salamanca y Johnny Pacheco, cuando el son, la guaracha, la rumba y otras influencias cubanas sumadas al jazz empezaban a formar ese otro género definitivo que se llamaría salsa. De esa época queda el recuerdo del mítico concierto organizado por Jerry Masucci en el Yankee Stadium de Nueva York con la Fania All Stars, donde Celia interpretó Bembá Colorá. Otro de los conciertos históricos que pueden verse en YouTube es el de Zaire 74, organizado por Don King en el marco de la pelea entre Muhammad Ali y George Foreman. Aquí, nuevamente junto a la Fania de ese momento -Héctor Lavoe, Cheo Feliciano y Ray Barreto, entre otros-, Celia arrancó con un Químbara inmortal.
En la intimidad y fuera de la euforia colectiva que desataba su sabor, azúcar y Burundanga, la reina del guaguancó llevaba una vida tranquila con Pedro Knight. Según dijo en una entrevista, no discutían ni por el control remoto de la televisión. De esta apacible vida doméstica solo se escapaba para rodajes de películas y telenovelas, como Mambo Kings o Valentina, y para dar conciertos por todo el mundo.
Celia Cruz murió a los 78 años y más de medio millón de personas esperaron en fila para rendirle un último adiós, además de las millones de personas que celebraron su existencia en festivales, conciertos y reuniones familiares. Su legado es gigantesco, incluso hay un asteroide que lleva su nombre.
Úrsula Hilaria Celia de la Caridad Cruz Alfonso nunca llegó a ejercer la docencia como le hubiera gustado, pero dejó grandes enseñanzas sin saberlo. Como ese estribillo que todos deberíamos cantar hoy para recordarla. “Todo aquel que piense que esto nunca va a cambiar, tiene que saber que no es así. Que al mal tiempo, buena cara. Y todo cambia”.
Celia Cruz (1925-2003)