La joven monja decidió cambiar la enagua por el pantalón. A los 15 años se escapó de un convento en San Sebastián, donde fue internada para ser educada de acuerdo al catolicismo más severo. Después de una pelea a golpes con una novicia, Catalina de Erauso encontró las llaves que le abrirían las puertas de la libertad. Apenas le dio tiempo de llevarse unas tijeras, hilo, aguja y unos cuantos reales. Ella, que fue internada en el convento a los 4 años y nunca había visto la calle, escondió el hábito en la siguiente esquina, se cortó el pelo y caminó por donde nadie pudiera verla, alimentándose de manzanas robadas y hierbas, bebiendo agua de lluvia y huyendo a oscuras sin otro norte más que el de llegar a cualquier otra parte.
Así nace la leyenda de la monja alférez, la desertora de la fe que a principios del siglo XVII se convirtió en soldado, aventurera, prófuga y conquistadora. Nada de esto, según dictaban los tiempos, podría haberlo hecho como mujer. Así que lo hizo como Pedro, Francisco, Alonso o Antonio, algunos de los nombres que utilizó en su nueva vida de varón.
Catalina se empleó como paje en una casa de ricos y ni su propio padre, que la mandó a buscar por todo el reino, la reconoció. Pasó de Vitoria a Valladolid y fue arrestada en Bilbao por defenderse con una piedra y herir de gravedad al asaltante. Luego volvió hecha un hombre a visitar a sus familiares y, más tarde, trazó su plan maestro: navegar hacia América.
En el camino luchó contra piratas, vio morir a los grumetes que, como ella, se embarcaban por primera vez en la aventura de un nuevo mundo. Vivió en Panamá para luego viajar hacia Paita, donde sobrevivió a un naufragio pero no se libró de la cárcel tras una reyerta donde le rajó el rostro a su oponente.
En un plano más íntimo, todos pensaban que Catalina era Antonio y como el Antonio que era le ofrecían mujeres en matrimonio que ella no aceptaba para no ser descubierta. ¿Cómo era vivir en un lugar tan lejano con una nueva identidad, siendo otra, otro? “Jugaba conmigo la Fortuna, tornando las dichas en azares”, dejó escrita en su autobiografía Historia de la monja alférez.
La suerte estuvo siempre de su parte. Sobrevivió a una guerra en Chile contra los mapuches, recibió el grado de alférez aunque se comportó de manera cruel con sus enemigos, atravesó los Andes por una ruta complicadísima que casi pone fin a su vida, fue acusada de un delito que no cometió (y de varios que sí) y condenada a muerte hasta en tres ocasiones. Tuvo una vida llena de aventuras, incluso prometió matrimonio a varias mujeres en su camino de robos, asesinatos, pillerías, negocios turbios y hazañas bélicas.
Finalmente, la suerte pareció agotarse. Para evitar un ajusticiamiento le confesó al obispo de Huamanga que en realidad era mujer. Lo más delirante de todo es que el obispo pareció más interesado en saber si era virgen o no. Catalina, por supuesto, le dijo que sí, que su honor no había sido mancillado por ningún hombre porque todo el tiempo el hombre había sido ella. Las matronas de turno certificaron el himen intacto y el obispo la envió a España donde fue recibida por el rey Felipe IV, quien la apodó la monja alférez, le permitió seguir siendo un hombre y le concedió una pensión vitalicia. El papa Urbano VIII se sumó a la admiración que recibía allá por donde Catalina / Antonio caminaba.
Murió accidentalmente en México mientras transportaba carga en un bote o sobre unos burros y su fama se extendió por todo el mundo. Catalina ha inspirado novelas, películas, obras de teatro e, incluso, tratados psicológicos en los últimos tres siglos. Y todo por romper los moldes y reglas en un período de la existencia humana donde los destinos parecían haber sido asignados sin oportunidad al reclamo. Más allá de la condena moral por los delitos cometidos, ella o, mejor dicho, él fue protagonista de algo imposible y, todavía hoy, impensable para muchas personas: ser quien en realidad quieres ser.
Catalina de Erauso (1585 – 1650)