Carson McCullers fue, al inicio de su vida, una pianista talentosa que se vio obligada a sacrificar la música por una salud frágil debido a una fiebre reumática. En ese entonces se llamaba Lula Carson Smith y en sus largos períodos de rehabilitación devoró tantos libros que decidió reconvertir su sueño de concertista -a pesar de los planes musicales de su obsesiva madre- en el de escritora.
Lula huyó de su Georgia natal. En el Nueva York de los años cuarenta publicó su primera novela (El corazón es un cazador solitario) y conoció a Reeves McCullers, quien le dio el apellido a cambio de un amor alcohólico, intenso y atormentado. Tenía 23 años. Su primera novela se convirtió en un éxito fulminante y su relación de pareja en una adicción que devino en dos separaciones, varios amantes y un suicidio.
Las cinco novelas y decenas de cuentos que escribió hablan del aislamiento, de los inadaptados y los parias, de los amantes y los amados, de las criaturas marginales que arañan la vida para encontrar un lugar en el mundo. Todos ellos gravitan en torno al amor en muchas de sus formas, que no siempre son las más felices.
Todos ellos gravitan en torno al amor en muchas de sus formas, que no siempre son las más felices.
“El trabajo y el amor han llenado casi por completo mi vida”, dice en las primeras líneas de su autobiografía inacabada, Iluminación y fulgor nocturno, por donde desfilan los personajes que marcaron su vida afectiva y, como consecuencia, el norte de su obra. Algunos de ellos fueron su abuela, su profesora de piano, la escritora y viajera Annemarie Schwarzenbach (a quien le dedica su segunda novela, Reflejos de un ojo dorado), su marido Reeves, el compositor David Diamond, el dramaturgo Tennessee Williams o Mary Mercer, la doctora que la cuidó de los ataques y dolores que terminaron con su vida a los 50 años.
Carson McCullers tiene todos los méritos para enmarcarse entre los grandes escritores de la literatura norteamericana de todos los tiempos, pero, personalmente, tiene uno que la convierte en una autora adorable e imprescindible: su llamada “ciencia del amor”.
Para explicar su teoría utiliza a un borrachín de barra contándole a un adolescente la historia de desolación y corazón destrozado en la que se vio sumido cuando su mujer lo dejó por otro. Recorrió el país para buscarla hasta que tocó fondo. Un día, gracias a su llamada ciencia del amor, sintió paz. El amor, explica, debería empezar por un árbol, una roca, una nube (que, dicho sea de paso, es el título del cuento).
“Puedo amarlo todo”, le dice. Un pájaro, un viajero en el camino, una calle, una luz, el árbol, la roca, la nube. Todo. Menos, se entiende, aquello que te hace daño.
Carson McCullers (1917-1967)