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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 26 de agosto del 2019

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 26 de agosto del 2019

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Cómo serán los ojos de Bette Davis se preguntarán algunos al oír la canción que llevó a Kim Carnes a ganar un premio Grammy en 1981. Ese año, Ruth Elizabeth Davis, que de adolescente se hizo llamar Bette por el libro La prima Bette de Honoré de Balzac, tenía 73 años, era una estrella absoluta del cine y, a partir de entonces, también un himno pop. 

¿Cuándo empezó todo? Probablemente, en la segunda década del siglo XX, en Lowell, Massachusetts, bajo una tormenta eléctrica. Donde todos a su alrededor veían rayos, truenos y una lluvia inclemente, la niña Bette sintió el dedo de Dios dirigiendo la atención del mundo hacia ella. Así lo cuenta en su autobiografía, La vida solitaria (1962), donde confiesa que siempre se sintió especial y “parte de un maravilloso secreto”. Ella, tenía la certeza, quería ser alguien diferente, importante, no sabía si convirtiéndose en la chica del póster de la Cruz Roja o en una estrella del cine. Eligió lo segundo y fue directo hasta el fondo. 

El amor, como dijo en una entrevista, no fue uno de sus grandes éxitos. Tuvo un cuarteto de maridos con los que, también dijo, siempre quiso formar un nido para recomponer el nido original, ese que su padre abandonó cuando ella tenía 7 años. El hogar desfigurado hizo que  Bette construyera lugares de pertenencia incluso en los camerinos, donde colgaba fotos familiares y colocaba objetos sentimentales para sentirse en casa. 

Donde todos a su alrededor veían rayos, truenos y una lluvia inclemente, la niña Bette sintió el dedo de Dios dirigiendo la atención del mundo hacia ella.

Nacida bajo el signo del energético Aries, Bette Davis se forjó fama de mujer exigente e intolerante en busca siempre del mejor guion y del mejor director a cualquier precio. “Era un terror legendario. Fui insufriblemente ruda y mal educada en mi carrera. No tenía tiempo para bromas”, dijo en otra entrevista. Además de sus guerras laborales con Warner Brothers por la calidad de las películas, encarnó una historia de odio y enemistad con la actriz Joan Crawford. La mítica bronca se convirtió hace un par de años en una serie, Feud, donde Susan Sarandon y Jessica Lange reviven a las enemigas íntimas. La relación con su única hija biológica también fue desastrosa y  Bette terminó desheredándola tras la publicación de un escandaloso libro.  

Al momento de ver sus películas, ¿importaba su vida privada? No, nadie quería saber realmente quién era sino quién podía llegar a ser y Bette Davis, como en el poema de Walt Whitman, contenía multitudes. El público la adoraba, ganó dos Óscar, rodó más de 100 películas y recibió todos los reconocimientos cinematográficos posibles. Muchos críticos la consideraban la mejor actriz de todos los tiempos y a otros les resultaba sobreactuada, pero todos sin excepción coincidían en el riesgo, en los papeles desafiantes,  en los personajes poco carismáticos que no cualquier actriz hubiera aceptado de buena gana. Para resumir una vida y una carrera, Bette Davis eligió su epitafio: “Ella lo hizo de la manera difícil”.

Como legado dejó a una camarera fría y egoísta en Cautivo del deseo (1934), a una mujer feliz que enferma de muerte en Amarga victoria (1939), a una caprichosa en busca de redención en Jezebel (1938), a un patito feo convertido en mujer poderosa en La extraña pasajera (1942) o a una actriz en declive en esa obra maestra indiscutible que es All About Eve (1950). 

Es imposible quedarse con solo un puñado de sus películas y personajes. Eso que ella llamó “mi belleza diferente” se manifestó en una personalidad  turbulenta, como la tormenta eléctrica reveladora de su infancia, pero también en un talento infinito para proyectarse en tantas otras vidas. Quizás, efectivamente, el secreto estaba sus ojos, unos ojos que supieron hacer brotar todas las emociones.

Bette Davis (1908-1989)

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