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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 3 de septiembre del 2020

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 3 de septiembre del 2020

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Audrey Hepburn nació en Bruselas, Bélgica, el 4 de mayo de 1939 y murió tres semanas después. El corazón se le detuvo a causa de una tos ferina, pero su madre logró revivirla. La que pudo ser una vida breve se convirtió en una existencia inmensa: la de una niña que sobrevivió a una guerra, la de una actriz convertida en un mito y la de una incansable defensora de los derechos infantiles. 

La primera infancia de Audrey transcurrió entre los jardines, las flores y las mascotas que tanto le gustaban. Era un niña frágil y retraída que odiaba jugar con muñecas y se sentía más cómoda entre los cuentos de Kipling. De ruido de fondo estaban las discusiones entre sus padres que derivaron en la decisión de enviar a Audrey a un internado inglés a los 5 años. Una experiencia “aterradora” que al final resultó “una buena lección de independencia”, según cuenta Robyn Karney en la biografía Audrey Hepburn: A Charmed Life. En el internado recibió una estricta educación pero, paradójicamente, también descubrió la libertad en el ballet e hizo de la bailarina rusa Anna Pavlova su mayor referente y ambición.

Desde entonces soñaba con bailar, pero estalló la Segunda Guerra Mundial. Su padre, afiliado al fascismo, abandonó definitivamente a su familia y su madre decidió trasladarse con Audrey y sus dos hermanastros a Arnhem, en Holanda, un lugar aparentemente seguro que se convirtió en un campo de batalla. Aquí vieron morir a parientes y vecinos, tuvieron que alimentarse de bulbos de tulipanes y vieron partir trenes de judíos a campos de concentración. “En mi adolescencia conocí la fría garra del terror humano”, dijo alguna vez. Estas escenas, más la debilidad física crónica producto del hambre, hicieron que, años después, rechazara el papel de Ana Frank en la película de George Stevens por ser incapaz de releer el diario sin despertar sus propios traumas.

La desnutrición avasalló su cuerpo y no tuvo la fortaleza suficiente para bailar profesionalmente. Igual buscó papeles en el West End londinense, pero la buena fortuna llegó a su vida cuando intercambió miradas con la escritora francesa Colette en Montecarlo, quien quedó fascinada con esa estela de frescura y melancolía que Audrey dejaba a su paso. Aceptó ser la Gigi de Colette en Broadway. 217 funciones después ya era una estrella en ciernes, una actriz que llegaría para revolucionar el concepto de belleza, hasta entonces asociado al rubio platinado y la voluptuosidad. 

La desnutrición avasalló su cuerpo y no tuvo la fortaleza suficiente para bailar profesionalmente.

En YouTube puede verse su primera prueba para la gran pantalla a principios de los años cincuenta. Audrey camina con las manos en los bolsillos, sonríe, se sienta en una silla, mira a la cámara con unos ojos que parecen saberlo todo y responde unas preguntas simples. Bastaron dos minutos para conquistar al director William Wyler, quien la fichó para protagonizar Roman Holiday junto a Gregory Peck. Audrey ganó el Óscar a Mejor Actriz con su primer papel en el cine. Tenía 23 años. 

Aunque impuso un ideal de belleza distinto y creó, junto a Givenchy, un nuevo estilo en la moda, ella nunca comprendió ni se jactó de su atractivo. Los papeles le llegaban por montones, pero solo rodó 27 películas a lo largo de su carrera. War and PeaceFunny FaceThe Nun´s Story, Charade, Sabrina o Love in the Afternoon son algunos de sus títulos más celebrados. 

En un momento de su carrera, y después de alguna crisis nerviosa, decidió parar. Quería una vida familiar junto a sus dos hijos y su tercer marido. En la última etapa de su vida se dedicó íntegramente a su trabajo como embajadora de UNICEF, a sus viajes a lugares remotos y a recaudar fondos para niños y niñas vulnerables. Murió a los 63 años víctima de un cáncer.

Bastaron dos minutos para conquistar al director William Wyler, quien la fichó para protagonizar Roman Holiday junto a Gregory Peck.

“Yo te quiero, tú me perteneces”, le dice George Peppard en el papel de Paul Varjak.“No, la gente no le pertenece a otras personas. No dejaré que nadie me ponga en una jaula”, contesta ella, insuperable e inmortal en Breakfast at Tiffany´s.

Y pensar que Truman Capote quería a Marilyn Monroe en el papel de Holly Golightly. Audrey le resultaba demasiado frágil para el personaje. Tan frágil que dejó una marca indeleble en la historia de la cinematografía con esa verdad, inteligencia y belleza involuntaria que conquistó al mundo entero. 

Audrey Hepburn (1929 – 1993)

 

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