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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 21 de octubre del 2022

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 21 de octubre del 2022

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Estoy en la casa de Víctor Hugo. En realidad, esta es solo una de sus casas, quizá la más representativa, la que ocupó por dieciséis años, de 1832 a 1848, junto a su familia. Me refiero al departamento ubicado en el segundo piso del inmueble número 6 de la preciosa place de Vosges de París, en el céntrico barrio del Marais. Es un día de sol inesperado y hay poca gente transitando las siete habitaciones de que consta el recinto, hoy convertido en museo de visita obligatoria. Por todos lados hay retratos del autor de “Nuestra Señora de París”, y una pintura donde aparece el jorobado más universal, Quasimodo, recibiendo un sorbo de agua de manos de la bella gitana Esmeralda. En la oscura habitación marital, delante de la cama con baldaquino, sobre una mesa redonda, doce pequeñas esculturas de manos blancas prefiguran a seis personas participando de una sesión de espiritismo, una de las no tan secretas aficiones de Hugo, consignada en su libro “Lo que dicen las mesas parlantes”. 

Para efectos turísticos, esta es una de las dos casas “oficiales” del escritor francés. La otra es la “Hauteville House”, una mansión de cinco pisos ubicada en Saint Peter Port, en la isla de Guernesey, en el archipiélago anglonormando del canal de la Mancha, donde vivió parte de su exilio político, y que sería a la larga la única propiedad que adquiriría. Antes de eso, durante tres años, habitó una isla vecina, la de Jersey, ocupando una casa cuadrada llamada “Marine Terrace”. Fue precisamente allí donde tuvo agotadoras sesiones espiritistas en las que aseguraba haber entrado en comunicación con los fantasmas de Shakespeare, Galileo, Platón, Jesucristo, entre otros célebres fallecidos. En realidad, lo que buscaba era entrar en contacto con el espíritu de su hija Lèopoldine, de diecinueve años, que estando recién casada y embarazada murió en el río Sena al volcarse la canoa donde viajaba. Él se enteró del suceso recién cuatro días después, en España, donde se hallaba con su amante, Juliette Drouet, al abrir las páginas del periódico La Siècle y leer un titular que le cambiaría la vida: “MUERE AHOGADA EN EL SENA LA HIJA DE VICTOR HUGO”.

En realidad, lo que buscaba era entrar en contacto con el espíritu de su hija Lèopoldine, de diecinueve años, que estando recién casada y embarazada murió en el río Sena al volcarse la canoa donde viajaba.

Lèopoldine, la segunda de los cinco hijos del escritor, nació en la primera casa de Hugo en París, la número 90 de la rue de Vaugirard. Más tarde la familia viviría en un modesto departamento de la rue Jean-Goujon, donde otro de sus hijos, Charles Hugo, fallecería por una epidemia de cólera (antes ya había muerto Léopold, su primogénito, y luego correría la misma trágica suerte su tercer hijo varón, François-Víctor). En la casa de Jean-Goujon nació la menor de sus hijas, Adéle. De allí se mudarían al piso donde me encuentro ahora. 

La primera de las casas de Víctor Hugo, donde vino al mundo el 26 de febrero de 1802, quedaba en Besanzón, al este de Francia: la número 140 de la Grande-Rue. Fuera de su país, además de las dos casas isleñas antes mencionadas, se sabe que habitó una vivienda en Bruselas, donde se refugió debido a sus conflictos con Napoleón III, instalándose en un apartamento del edificio número 26 de la Grand Place, a la que se referiría como “la más bella del mundo”. Varias décadas atrás, cuando tenía apenas nueve años, tuvo una ‘casa española’, en Madrid, en la actual calle del Clavel, en el antiguo palacio Masserano, donde vivió de 1811 a 1812, debido al trabajo de su padre, un general del ejército francés destacado a España para combatir guerrillas en Ávila, Segovia y Guadalajara. Lustros más tarde, hacia 1843, volvería a visitar a España y llegó a pasar una temporada en el País Vasco, en Pasaia, en el número 63 de la calle Donibane, tras el segundo arco de la “calle única, que siempre te lleva adonde quieras ir”. 

En todas estas casas suele haber una placa, un cartel, un folleto o un guía ocurrente que indica sin falta “aquí Víctor Hugo escribió Los Miserables” o “aquí escribió gran parte de Los Miserables”, o “aquí concibió la que sería su obra maestra”. Todas se disputan haber sido escenario del momento cumbre del genio. Solo hay una casa donde no se presume nada de eso: la casa de Víctor Hugo en La Habana Vieja, en el inmueble número 311 de la calle O’Reilly. ¿Es que acaso vivió en Cuba el autor de “Las Contemplaciones”? Nada de eso. Sucede que en 2005 se inauguró en la isla caribeña, con presencia de una tataranieta del escritor, un centro para estudiar su obra y se decidió bautizarla con ese nombre engañoso: “La casa de Víctor Hugo”.   

En todas estas casas suele haber una placa, un cartel, un folleto o un guía ocurrente que indica sin falta “aquí Víctor Hugo escribió Los Miserables” o “aquí escribió gran parte de Los Miserables”, o “aquí concibió la que sería su obra maestra”.

La última de sus viviendas reales, donde pasó sus últimos años de vida, queda en una calle de París antes llamada avenue d’Eylau. En febrero de 1881, al día siguiente de que Víctor Hugo cumpliera setentainueve años, la vía fue rebautizada con su nombre. No era una casa propiamente, sino un hotel, ubicado muy cerca de la plaza de l’Étoile. 

Me retiro del departamento y permanezco unos minutos dando vueltas por los fabulosos jardines de la place de Vosges, delante de una pileta antiquísima. Me pregunto si ella habrá visto pasar a Víctor Hugo, si acaso en sus bordes él se habrá sentado a escribir, a trazar anotaciones, a cavilar frases inolvidables como aquella que dice: “la melancolía es la felicidad de estar triste”.

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