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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 22 de julio del 2021

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 22 de julio del 2021

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En la primera escena del documental Amy, dirigido por Asif Kapadia en 2015, se puede ver a tres adolescentes cantando “Feliz cumpleaños». Una de ellas se aferra a un chupete como si fuera un micrófono y, de pronto, su voz aplasta a las demás. Canta como cualquiera de sus ídolos, Sara Vaughan, Frank Sinatra, Tony Bennett o Billie Holiday. Tiene 15 años, una mirada cristalina, una risa provocadora y, todavía sin saberlo, el mundo a sus pies. 

Trece años después, la hija de un taxista y una farmacéutica, la chica inglesa que amaba el jazz y el soul, se encuentra en Belgrado frente a una audiencia de 20,000 personas. Se tambalea, no se sabe sus propias letras y está incómoda en su cuerpo.  El primer concierto de su esperado retorno es un desastre y ella cancela el resto de una gira millonaria con localidades agotadas en todas partes. 

Entonces ya se encontraba aferrada a una botella de Jack Daniel´s desde el desayuno, con el corazón tantas veces roto a causa de su ex novio (y luego marido), Blake Fielder-Civil, quien la introduciría a las drogas duras y la oscuridad. 

“Nunca he pensado que fuera talentosa o particularmente especial. Solo pienso que puedo cantar. Cool. Un montón de gente puede cantar bien. Para ser honesta, sigo sin pensar que sea algo demasiado especial”, dijo en una entrevista en 2007 cuando su disco Back to Black (2006), producido por Mark Ronson, estaba a punto de vender 16 millones de copias en el mundo (y adjudicarse cinco premios Grammy) gracias a una canción en la que decía “no, no, no” a la rehabilitación.

“Nunca he pensado que fuera talentosa o particularmente especial. Solo pienso que puedo cantar. Cool. Un montón de gente puede cantar bien. Para ser honesta, sigo sin pensar que sea algo demasiado especial”

Coronada por una melena andrajosa, llena de tatuajes, doble piercing, y los ojos delineados como una Cleopatra contemporánea, Amy Winehouse imponía una atención mediática extraordinaria. No era solo su voz la que desprendía el poder, también su físico bulímico, sus detenciones por posesión de drogas, sus broncas a puñetes con un fan, la relación tóxica con su marido. Los tabloides ingleses le hacían un seguimiento continuo. Ella ganó una demanda que obligaba a los paparazzis a mantenerse, como mínimo, a 100 metros de distancia. Igual no la dejaban vivir.  

“Yo no escribiría nada a menos que sea muy personal, básicamente porque no sería capaz de hacer otra cosa. Y, aunque a veces sean personales de una manera triste, siempre añado un remate a la canción. Intento que mis letras sean diferentes”, dijo Amy en otra entrevista.

Diferentes, sí. Por debajo de la concentración en sus excesos yacía una verdad irrefutable: Frank (2003) es un gran disco, pero Back to Black es considerado uno de los mejores discos del siglo. Su acento nasal, su expresividad, su franqueza y naturalidad para hacerle frente al desamor con descaro moldearon su singularidad adorable.

Sin embargo, Amy era un juguete roto. Se sentía presionada por la fama, en apuros con el padre y representante, enloquecida por el marido, consumida por las drogas… y sola. Tan sola que nadie podía -o quería- hacerse cargo de alguien que sobre el escenario, o incluso fuera de él, representaba una mina de oro. 

Sin embargo, Amy era un juguete roto. Se sentía presionada por la fama, en apuros con el padre y representante, enloquecida por el marido, consumida por las drogas... y sola.

El poder sobrenatural de Amy Winehouse era una voz que parecía salir del fondo de un alma herida para gritar vida y pedir auxilio. Nació así. Pero, el que fuera su don -como las capas, la invisibilidad o las velocidades imbatibles en los superhéroes- terminó siendo su propio verdugo. Amy, flanqueada por demonios y hundida en su vulnerabilidad, murió un mes después de ese concierto de Belgrado, a los 27 años. Es decir, a esa edad maldita que también marcó el fin de otros dioses de la música como Jimmy Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin o Kurt Cobain. 

La tarde del 23 de julio de 2011, en su casa de Camden Town, algunas botellas de vodka y un organismo completamente devastado detuvieron su corazón. La noche anterior le había dicho a su guardaespaldas que si pudiera volver a caminar sin ser acosada por la calle lo haría, pero la suerte estaba echada. El tiempo, ya sabemos, es lo único que no regresa. 

El poder sobrenatural de Amy Winehouse era una voz que parecía salir del fondo de un alma herida para gritar vida y pedir auxilio.

Diez años después de ese fatídico día, larga vida a nuestra querida Amy, a la intérprete del desgarro con sentido del humor, a la chica que escribía en cuadernitos sus desfalcos sentimentales, a la fuerza de la naturaleza cuyo nacimiento, auge y declive presenciamos en vivo. 

Larga vida, pues, a la reina. 

Amy Winehouse (1983 – 2011)

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