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Mariana de Althaus
Dramaturga

Publicado el 18 de octubre del 2018

Mariana de Althaus
Dramaturga

Publicado el 18 de octubre del 2018

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Estoy tratando de empezar a escribir una nueva obra de teatro. A veces empezar es lo más difícil, incluso más difícil que terminar. Todo en el universo pareciera confabular en contra. Tengo cuatro personajes, imágenes, un conflicto. Tengo lo más importante: una enorme urgencia emocional por escribirla. Lo que no tengo es tiempo. Las mil cosas que hay que hacer, los temas médicos, los arreglos de la casa, los trámites, mis talleres, y toda esa montaña gigante de tareas maternales son gruesas barreras que obstaculizan la llegada de una idea al papel. Aprovecho entonces los momentos que facilitan la introspección para alimentar mi proyecto mentalmente: cuando camino en el parque por las mañanas, cuando manejo, cuando estoy a punto de quedarme dormida en la noche, provoco la aparición de imágenes e ideas que a veces incorporo a un archivo mental.

 

Para no caer en las garras del insomnio, me ponía a imaginar una historia, por lo general ficciones muy dramáticas que canalizaban mi rabia o mis miedos.

Mi método para dormir, por suerte, colabora con mi escritura. Siempre me ha costado mucho quedarme dormida. De niña, cuando compartía cuarto con mi hermana, ella siempre se dormía antes que yo. Mi cabeza no paraba de pensar obsesivamente, y podía caer en un espiral de ansiedad que me hacía imposible conciliar el sueño. Si no había nadie que me contara un cuento, pues entonces me lo contaba yo. Para no caer en las garras del insomnio, me ponía a imaginar una historia, por lo general ficciones muy dramáticas que canalizaban mi rabia o mis miedos. De adolescente imaginaba largas historias de amor con chicos imposibles. En un momento de la historia me quedaba dormida. Ese hábito me acompaña hasta hoy: en las noches, cuando mi pareja se queda dormido, yo me pongo a imaginar la obra que voy a escribir. Después de leer un rato, apago la luz y, mientras me voy durmiendo, empiezo a imaginar a mis personajes en diferentes situaciones. Cuando me quedo dormida, por lo general he conseguido agregar algo nuevo a mi obra, un pequeño diamante robado a la oscuridad de mi inconsciente.

Esta semana tengo una torre de pendientes que, sumados a mi trabajo, me impiden sentarme a escribir. Pero apenas pueda despejar el panorama, me sentaré a organizar en un archivo de Word todas esas imágenes nocturnas que guardo en mi cabeza. Podría pasar este año sin lograrlo. Escribir una obra es un ejercicio de fuerza de voluntad y tozudez que va en contra de todo: contra la necesidad de ganar dinero, contra las obligaciones domésticas, contra el ocio, contra lo que todo el mundo considera diversión. Escribir una obra es, en realidad, un milagro. Felizmente existen las noches.

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