Ayer ha terminado la quinta edición de Sala de Parto, y nos ha dejado emocionados, agradecidos, inspirados. Cuatro dramaturgas y tres dramaturgos jóvenes peruanos han sido seleccionados por El Royal Court, prestigiosa institución teatral británica, cuna de los mejores dramaturgos ingleses, para integrar un programa de formación acá y en Chile.
Gran apuesta que le ha tomado al equipo del festival muchos años de trabajo y que seguramente dará grandes frutos. Vimos cuatro obras extranjeras, cada una de un estilo muy diferente, cada una de ellas amplió nuestra idea de lo que se puede hacer en el teatro, que es el propósito de traer obras de otros lados. También se presentaron ocho obras peruanas y vinieron a verlas varios programadores de festivales latinoamericanos y europeos. Los festivales buscan mostrar la diversidad de lenguajes teatrales que ofrece el mundo, por lo tanto los programadores por lo general andan en busca de espectáculos experimentales, cuyo valor esté principalmente en su capacidad de dilatar las fronteras de lo teatral, cuestionar lenguajes escénicos, romper los esquemas narrativos del teatro convencional. Puede ser que los programadores que nos han visitado no hayan encontrado esos lenguajes ultranovedosos, esas apuestas extremas que necesitan para sus programaciones, pero confrontar nuestro trabajo con público experto de otros lados es super enriquecedor para nosotros. Las obras peruanas que programó Sala de Parto mostraron mundos encendidos, miradas novedosas a temas antiguos, temas que nosotros necesitamos elaborar tratados con profundidad, pero ninguna innova mucho en las formas que esos programadores han visto en otros países. ¿Qué tenemos que hacer para entrar a los festivales, entonces? ¿Empezar a esforzarnos por ser posmodernos? Claro que no. Tal vez está bien seguir haciendo lo que estamos haciendo.Los países que suelen participar en festivales son países con una fuerte tradición teatral. Hay que tener algo muy fuerte, sólido y contundente para sentir la necesidad de romperlo, abrirse paso sobre sus escombros hacia otro lugar.
En los últimos 20 años el teatro peruano (mejor dicho el teatro limeño: hay un largo camino hacia la descentralización cultural) ha ido evolucionando de manera constante, gracias a los esfuerzos de casi todos los centros culturales (talleres internacionales, concursos, festivales), y ahora todos los teatros quieren en su programación obras escritas acá.
En los últimos 20 años el teatro peruano (mejor dicho el teatro limeño: hay un largo camino hacia la descentralización cultural) ha ido evolucionando de manera constante, gracias a los esfuerzos de casi todos los centros culturales (talleres internacionales, concursos, festivales), y ahora todos los teatros quieren en su programación obras escritas acá. No tenemos grupos ni fondos para hacer trabajo de laboratorio que sí tienen nuestros colegas chilenos o colombianos, pero contamos con mucho más posibilidades de creación que hace pocos años. Los dramaturgos y directores no estamos pensando en hacer obras para festivales, estamos contando lo que nos toca contar con el lenguaje que nos nace contar, siguiendo la pista de nuestras urgencias. Eso es crear tradición, público, intercambio. En la entrevista que le hice al dramaturgo británico Mark Ravenhill, que vino a hacer un taller para Sala de Parto, un chico le pidió que le recomiende libros para inspirarse en la escritura de sus obras. El inglés le respondió que nosotros teníamos nuestras historias acá, que por supuesto que debíamos leer obras extranjeras, pero que lo principal era leer y escribir nuestras propias historias: “El Perú está lleno de historias fascinantes, ustedes son una nación cuyos mejores días están por venir, están el momento ideal para contarlas”. En un artículo para The Guardian, Ravenhill cuenta cómo, luego de su primara obra -cuyo éxito lo convirtió en un autor internacional- se vio de pronto incapaz de escribir por la presión de volver a crear otra obra “internacional”. Y que luego comprendió que lo que tenía que hacer era escribir algo sobre su mundo, sobre lo que le importaba a él, sin prestar atención a que sus palabras sonaran “internacionales”. Hacer obras forzando un impulso “innovador” para insertarnos en el circuito internacional puede ser peligroso y conducirnos a la impostación. Sigamos contando nuestras historias con rigor, con riesgo, pero también como nos salga del forro. A la manera de Ibsen, Beckett o Kane, o a la manera de nadie. Pero no para la gente de afuera, sino para nosotros. Un teatro nacional crece con su público. Escribamos sobre los asuntos personales que nos obsesionan, que muchas veces hablan no sólo de nosotros sino de nuestro país. Seamos dramaturgos y directores infatigables, insatisfechos, desobedientes, lectores, estudiosos, insolentes y amorosos; valerosos agitadores de conciencias y de corazones, mujeres y hombres de teatro que trabajan con humildad pero también con una ingenua ambición, sin callar, sin mentir, sin quejarse. Cada dramaturgo es el testigo único de algo terrible y hermoso a la vez. Contémoslo de la manera más honesta que podamos.