A Emilia, una profesora de colegio, se le aparecen el día de su cumpleaños número 90 los fantasmas de tres pequeños héroes. Su padre, un oligarca; su antiguo novio, un ex aprista, y un alumno al que crió como a un hijo, que se volvió senderista. Tres pequeños hombres que quisieron ser héroes y sólo contribuyeron a acentuar las heridas el país. Tres hombres que se desprecian entre sí, más preocupados por sus ideas que por el país o su gente y que ahora, atrapados en la cárcel de la muerte, tratan de darle sentido a su vida, atentos a lo que dirá la Historia acerca de ellos. Los tres confrontan sus luchas con la de la profesora, que ha resistido. Ella quiso hacer una revolución profunda basada en la apuesta por la vida, la solidaridad y la unión. Los cuatro emprendieron batallas que resultaron inútiles.
Al igual que en “Vladimir”, en “Pequeños Héroes” es una mujer la que se resiste a la destrucción de sus ideales, mientras los hombres se rinden. En ambas obras, la lucidez, la sensatez y la fuerza de espíritu son bienes femeninos en peligro de extinción. El dramaturgo Alfonso Santisteban muestra su alma arropado con estos dos tremendos personajes femeninos, y disemina sus vergüenzas y contradicciones (las de todos nosotros) en los personajes masculinos. Los personajes de “Vladimir” y “Pequeños héroes” son mujeres solas que trabajan incansablemente por algo en lo que creen, ejercen la maternidad de una manera apasionada y responsable; y sufren porque su voluntad y sus ideas chocan contra un mundo complejo, injusto y a veces banal.
Esas mujeres representan la parte más idealista e ingenua de todos los que sentimos un compromiso con el desarrollo del mundo, y a veces nos falta fuerza para admitir tanta violencia y corrupción.
La obra se estrenó el 1986, en el primer gobierno de Alan García, cuando empezaba la peor crisis de nuestra historia reciente. En esos años, los niños que crecieron en la desigualdad y el desamparo se volvieron adultos, encontraron sólo adversidad, no supieron qué hacer con su rabia y se pudieron a matar. Abimael Guzmán fue un profesor, y muchos senderistas salieron de las aulas. Ha pasado mucho desde el 86, pero la educación nacional no ha mejorado. Los maestros, que tienen a su cargo la formación de los niños que serán los hombres que van a dirigir el país en los próximos años, siguen siendo mal pagados y postergados. Tememos que en esos salones abandonados por el Estado estén creciendo niños con una rabia que nos estallará a todos en la cara cuando sean grandes. Han pasado más de 30 años, y las preguntas que se hace “Pequeños héroes” todavía nos duelen. Todavía tenemos la esperanza de Emilia, la esperanza de algún día que los niños reciban la lección del futuro y construyan el paraíso, guiados por un empecinado amor por la vida.