Un dramaturgo quiere hacer una obra sobre el parricidio. Le propone a un teatro hacer la obra con un parricida de verdad: llevar al teatro a un preso que haya sido condenado por matar a su padre, y hacer la obra cada función con él.
Una suerte de teatro testimonial ultrapeligroso. El teatro le niega la propuesta, así que el dramaturgo decide que entrevistará al parricida en la cárcel para sacar de sus conversaciones el texto de la obra, y que el preso será interpretado por un actor. Esta renuncia es en verdad una oportunidad: la del uso de la ficción como modelador de la realidad al servicio de una reflexión en torno al parricidio como metáfora de la escritura. “Tebas Land”, que dirige magistralmente Gisela Cárdenas con una producción impecable del teatro de la Universidad del Pacífico, es una obra del dramaturgo uruguayo Sergio Blanco. Una obra de autoficción teatral que pese a su corta vida ya está estrenándose en varias ciudades del mundo con enorme éxito. En las obras de autoficción hay una explícita identificación entre el narrador-protagonista y el autor de la obra, y casi siempre terminan siendo una reflexión de la propia escritura.
En “Tebas Land”, el personaje del dramaturgo se llama S, y al contar la historia de ese chico que asesina a su propio padre hace conexiones con Edipo, con Dostoievski y con su propio proceso de escritura.
En “Tebas Land”, el personaje del dramaturgo se llama S, y al contar la historia de ese chico que asesina a su propio padre hace conexiones con Edipo, con Dostoievski y con su propio proceso de escritura. Un personaje de Los Hermanos Karamazov preguntaba “¿Quién no ha querido matar a su padre?”, y luego de ver la obra de Blanco, uno podría agregar: “¿Y acaso cada obra que escribimos no es un intento más por matar a nuestros padres?”. Matar al padre es matar la herencia emocional, moral, valorativa que hemos heredado de nuestros padres, lo biológicos y los otros; y escribir, al ser la escritura un intento de apropiarse del mundo bajo reglas propias, es también un intento de rebelarse contra la mirada del padre para construir una propia. Rebelarse a las construcciones mentales que los maestros, la patria, los políticos, la cultura patriarcal nos ha impreso y crearnos unas nuevas. Volver a ver. Para salir de la cárcel mental en la que nos encierra el miedo y la rabia, hay que matar a los padres y sacarse los ojos como Edipo, para ver bien. Escribir es volver a ver, ver el mundo a través de nuestros personajes, que siempre son extensiones psicológicas de nosotros mismos, aun cuando estos sean asesinos. Al ver el mundo desde los ojos de un parricida, de un loco, de un “enemigo”, percibo la complejidad del comportamiento humano, me acerco a las zonas oscuras de mi interior, comprendo, y saco del encierro mi capacidad de escuchar, de amar, de salvar. Porque escribir puede ser parricida, pero también uno de los generadores de amor y de vida más potentes que ha inventado la humanidad.