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Mariana de Althaus
Dramaturga

Publicado el 26 de julio del 2018

Mariana de Althaus
Dramaturga

Publicado el 26 de julio del 2018

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En una mesa de la FIL Lima titulada “Contar la propia vida”, Jeremías Gamboa señaló que la incursión en el género de la no ficción suelen hacerla los escritores de ficción en un momento de crisis, muchas veces ligada a una pérdida.

Contó cómo Philip Roth en “Los hechos” revela que se animó a contar la verdad de su vida sin inventar nada porque a los 50 años había caído en una depresión. Mario Vargas Llosa también escribe “El pez en el agua” a la misma edad, justo después de perder las elecciones presidenciales. Marta Sanz, que también estaba en la mesa, confesó que su libro de no ficción “Clavícula” lo escribió cuando le llegó la menopausia y empezó a tener conciencia de la muerte. Y Marcos Giralt Torrente, el tercer invitado de la mesa, se vio en la necesidad de escribir su extraordinario libro “Tiempo de vida” a raíz de la muerte de su padre. Igual le pasó a Joan Didion, que escribió su primer libro de no ficción cuando murió su esposo; y a Sergio del Molino, que escribió “La hora violeta” cuando murió su hijo de cuatro años de leucemia, para “dar forma narrativa a todo lo que había vivido y transformar esa rabia en amor». Abordar la escritura sin las máscaras de la ficción y con ese propósito tan urgente tiene sus peligros: la motivación terapéutica puede convertir la escritura en algo sin interés, un desfogue incapaz involucra al lector.

Un libro autobiográfico debe lograr convocar las heridas y los miedos del lector, y otorgarles algún sentido iluminador u ordenador.

Un libro autobiográfico debe lograr convocar las heridas y los miedos del lector, y otorgarles algún sentido iluminador u ordenador. “La hora violeta” es un libro terriblemente hermoso, que duele leer, que convoca nuestros miedos más profundos. Si uno persevera en su lectura, es porque está escrito de una manera sobria, honesta y generosa, que desarma hasta al lector más cínico. No hay adornos pero tampoco exceso de veladuras pudorosas. El narrador ofrece la historia a veces con distancia y otras con una sobrecogedora desnudez, se enfrenta valerosamente al desafío de contar lo que es imposible contar, y logra un relato profundo y transformador. Como dice Rosa Montero en “La ridícula idea de no volver a verte”, otro excelente libro de no ficción sobre el duelo: “Los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan diamantes». Este domingo, Sergio del Molino conversara con Enrique Planas en la mesa “La pérdida innombrable” a las 5 pm en la FIL.

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