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Mariana de Althaus
Dramaturga

Publicado el 25 de octubre del 2018

Mariana de Althaus
Dramaturga

Publicado el 25 de octubre del 2018

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“Si no escribo, estoy muerta”, decía Clarice Lispector. La escritora argentina Hebe Uhart, que admiraba tanto a Lispector, le dijo a Katya Adaui en una entrevista que le parecía impúdico decir eso. Tal vez reconocer la necesidad urgente de escribir, el hambre expresiva pone a un escritor en una situación de vulnerabilidad que a Uhart le incomodaba. Pero lo cierto es que casi ningún escritor escribe si no tiene detrás, empujando cada palabra como un buldócer endiablado, una urgencia que podría demoler su salud, su estabilidad, su energía, si no es atendida. Leí la reveladora entrevista de Adaui a Uhart luego de que un alumno mío me dijera, muy preocupado, que quería ser dramaturgo, pero que hacía tiempo que no lograbaencontrar el tiempo ni la disposición necesarias para escribir su obra. “Si no lo has encontrado todavía”, le dije con toda la honestidad que se merece, “probablemente no seas un dramaturgo”. Si mi alumno tuviera realmente esa llama interna, esa urgencia que le hacía a Lispector escribir todo el rato robándole tiempo al cuidado de sus hijos y al trabajo remunerado, ya tendría estrenada su obra y avanzada la segunda.De nada sirven los consejos, los talleres, las grandes ideas, si prefieres ver Netflix en vez de escribir.

Escribir más de una obra de teatro o publicar más de un libro exige tomar ciertas decisiones de vida. Los que toman esas decisiones suelen ser aquellos que encuentran en la escritura la única forma de conjurar los demonios que los ahorcan

Escribir más de una obra de teatro o publicar más de un libro exige tomar ciertas decisiones de vida. Los que toman esas decisiones suelen ser aquellos que encuentran en la escritura la única forma de conjurar los demonios que los ahorcan. “Los castores comen árboles porque sino -con esos dientes- se volverían locos. Es la única actividad que los deja tranquilos. Lo mismo sucede con los escritores”, dice Paul Auster. Mucha gente ha querido o quiere ser escritor, pero los que terminan siéndolo no son necesariamente los más inteligentes, ni siquiera los más talentosos, sino los que tenían una urgencia asfixiante, una mirada personal y los recursos emocionales y económicos (la habitación propia de la que habla Virginia Woolf) para canalizarla. Y aceptan el paquete completo: renuncias, una vida austera, aislamiento. Como Vargas Llosa, que cuenta en “El Pez en el agua” cómo decidió de joven que todas las decisiones de su vida las tomaría en función de su escritura. Tal vez no era el más inteligente ni el más talentoso de su grupo de amigos, pero sí el más obstinado, el que tenía el fuego de la urgencia. Una vez le escuché decir a alguien que muchos quieren ser escritores, pero pocos quieren escribir. Los que quieren, los que necesitan escribir, escriben, sin pensar demasiado en ser escritores. Los que escriben los mejores libros, las obras de teatro que perduran, lo hacen aunque no tengan tiempo, aunque sean perseguidos, aunque tengan miedo; como García Lorca, que decía, mientras veía a su gente morir en la guerra, “Escribo porque si no, me pudro por dentro”.

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