En la tradición literaria son famosas las castas familiares. Hijos que heredan de su padre la vocación de escribir y deben labrarse una carrera bajo un célebre apellido. Para celebrar el Día del Padre recordamos algunos casos.
Es universalmente conocida la historia de Alejandro Dumas padre, autor de “Los tres mosqueteros” y “El conde de Montecristo”, cuyo hijo, también llamado Alejandro Dumas, alcanzó la inmortalidad con la novela “La dama de las camelias”. La literatura peruana no ha sido ajena a estas sagas familiares o dinastías de escritores. Recogemos las más famosas: la de Ricardo Palma y don Manuel González Prada, dos figuras que a pesar de antagónicas, coinciden en sus herederos escritores.
Los Palma
El primer hijo del prestigioso tradicionalista, Clemente Palma (1872-1946), fruto de un amor de juventud que no alcanzó el matrimonio, fue un destacado político, crítico literario y precursor de la literatura fantástica con sus “Cuentos malévolos” de 1913.
Su principal actividad dentro del periodismo se concentró en la revista Variedades, en la que se reseñaba la intensa vida cultural del Perú a inicios del siglo XX. Es famosa la severa crítica que le dedicó a un joven César Vallejo en uno de sus primeros poemas.
La heredera
La hija mayor de don Ricardo, Angélica Palma (1878-1935), fue también otra destacada escritora, con una carrera muy diferenciada a la de su padre. Fue precursora del feminismo en el Perú.
El amor de Angélica por su padre además se consuma cuando acompaña al escritor en su hora final. Ella narró para los diarios de Lima cómo transcurrieron las últimas horas de Palma en su casita de Miraflores en aquel fatídico 1919.
El hijo del anarquista
Alfredo González Prada (1891-1943) fue un hijo muy deseado. Sus padres, Manuel González Prada y Adriana de Verneuil, se habían traslado a París, donde nació. Los primeros años de Alfredito transcurrieron entre Francia, Bélgica y España, hasta la llegada de la familia a Lima en 1896.
Aunque compartió con su padre la vocación por el periodismo y la poesía, la carrera de Alfredo decantó por la abogacía y la diplomacia. Una de sus primeras tesis para graduarse versó sobre el derecho de los animales, cuya argumentación fue tan sólida que terminó por convencer a las entonces reticentes autoridades académicas de la Universidad de San Marcos.
Alfredo González Prada se encontraba en Argentina, como parte de la legación diplomática peruana, cuando se produjo el deceso de don Manuel en julio de 1918. Desde entonces, como un acto de amor, consagró su vida a la publicación de las obras inéditas de su padre.
Con la vanguardia
Alfredo fue integrante de la juventud renovadora las letras peruanas. Fue miembro del grupo Colonida, liderado por Abraham Valdelomar. En 1916 publica sus primeros poemas en “Las voces múltiples”, un libro que también firman Federico More, Félix del Valle, Pablo Abril y de Vivero, y el propio Valdelomar, entre otros mozos de la época.
Años más tarde, en 1945, aparece “El tonel de Diógenes”, un compilado póstumo en el que Alfredo incluye algunas memorias sobre su famoso padre, de las que transcribimos algunas líneas:
“(Mi padre) por ser uno de los más beligerantes escritores de Hispanoamérica, la leyenda lo presentaba como un hombre violento y amargado. La realidad difería mucho: era tranquilo y pacífico, alegre y hasta juguetón. Pero lo más extraño es que tal diferencia entre la impresión que causaba y la realidad en que vivía encuentra curioso paralelo en sus escritos: toda su prosa es severa; más gran parte de sus versos, en especial los inéditos, son satíricos y humorísticos”.
En la web de Encuentra tu poema de la Fundación BBVA, que promueve la lectura de poetas peruanos e hispanoamericanos, se encuentra una versión musicalizada de uno de los poemas a los que se refiere Alfredo González Prada.
En el Día del padre, recordamos dos de los casos en los que padres e hijos comparten la vocación literaria.